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Del capitán al copiloto
Pensaba que para hacer apostolado tenía que añadir actividades extrañas a su trabajo.
Oswaldo Pulgar Pérez / opulgarprez6@gmail.com

28 Ene, 2015 | Hemos escuchado que el cristiano debe preocuparse de los demás. El Papa Francisco nos lo recuerda a cada momento. Dice que los cristianos corrientes tenemos una misión encomendada por Jesucristo a su Iglesia: mejorar al que tiene al lado. En una reunión se trataba este tema y de la obligación que tenemos todos de realizar ese apostolado.

La misión de los laicos es “hacer” la Iglesia en su sitio, sin salirse de allí. Alguien que estaba en la reunión preguntó que si le podían explicar con más detalle en qué consistía eso. El que moderaba el debate le dijo: -Amigo, ¿Cuál es su profesión? – Piloto de aviación comercial, -contestó. Entonces el otro le planteó otra pregunta: ¿Y el copiloto es católico? El capitán contestó que no. –Pues ese es su objetivo apostólico. Lograr, a través de su amistad, que su copiloto obtenga de Dios la fe.

Se le aclararon todas las dudas. Pues pensaba que para hacer apostolado tenía que añadir actividades extrañas a su trabajo. Pues no. Allí, sentados ante la cantidad de relojitos e indicadores que tienen en el tablero, hablará de mil cosas, entre ellas, de Dios. Le deberá explicar con palabras sencillas la doctrina cristiana. A la vez le irá enseñando a conversar con Dios en un diálogo sencillo, como el que tendría con su hijo, -sin palabras rebuscadas o formulas especiales-, en definitiva, con el corazón. Eso es oración mental.
Tratará de adaptarse al nivel de formación intelectual que el copiloto tenga, para emplear un vocabulario adecuado que le permita entender todo. Ponerle ejemplos prácticos. Así hablarán de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, el trabajo, la educación de los hijos, etc.

Al tomar posesión de su pontificado, Benedicto XVI dijo: “Los hombres vivimos alienados en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte, en un mar de oscuridad sin luz. La red del evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos llevan al resplandor de la luz de Dios, a la vida verdadera”.

De modo que el apostolado del cristiano “de a pie”, le llevará a buscar su más próximo amigo y hablarle de Dios. Así, Dios no será para él un desconocido. Como lógica consecuencia le contará su propia experiencia en el trato con Él (oración mental, de tú a tú), de los sacramentos, especialmente la Confesión y la Eucaristía frecuentes, que son la tierra firme donde “anclamos” nuestra vida, y estaremos preparados para soportar cualquier vendaval que la vida nos depare.




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