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El levantamiento de Margarita y la calentura de Morillo
Por correos despachados de la capitanía y de Cartagena supo Morillo que Arismendi se había sublevado de nuevo en la Isla de Margarita y que la guarnición española había sido pasada a cuchillo por los insurgentes.
Verni Salazar

Foto: CARIDAD LEAL

La sublevación de Arismendi inicia la liberación de Margarita. / Foto: CARIDAD LEAL

14 Nov, 2015 | Al cumplirse 200 años de aquella noche del 15 y amanecer del 16 de noviembre de 1815, con la toma del cuartel general del ejército español acantonado en el puerto de Juan Griego, donde la valentía y el arrojo de Juan Bautista Arismendi da inicio a la liberación de la Isla de Margarita del yugo español hasta levar anclas el 17 de agosto de 1817, para siempre, compartimos fragmentos del libro “Los Grandes Conflictos Sociales y Económicos de nuestra Historia” del historiador colombiano Indalecio Liévano Aguirre.

La conducta del general Pablo Morillo se trastocó al enterarse del levantamiento en la Isla, éste se encontraba en campaña en Cartagena de Nueva Granada, la hermana República de Colombia hoy.

En la página 316 del mencionado libro, leemos:

"Morillo y su estado mayor salieron de Cartagena, precedidos por la columna encargada de remontar el Magdalena, la cual se encargó de limpiar el camino de partidas enemigas. El 29 de febrero de 1816 llegaron a la Villa de Mompós y en ella decidió el general esperar los resultados de las operaciones confiadas a las distintas columnas del ejército expedicionario.
En Mompós recibió Morillo la noticia que le precipitaría a prescindir de las Instrucciones del gabinete de Madrid, a acogerse a los artículos de las mismas que la facultaban "para alterar en todo o en parte" dichas Instrucciones y ordenar a Morales que se regresara inmediatamente a Venezuela".

Por correos despachados de la capitanía y de Cartagena supo Morillo que Arismendi se había sublevado de nuevo en la Isla de Margarita y que la guarnición española había sido pasada a cuchillo por los insurgentes.

Refiere el capitán Sevilla que el general español, al conocer la noticia, “dio un brinco sobre la silla como si le hubiera picado una víbora y exclamó: ¡Viva Dios! ¡Qué dirá Morales!”. La violenta reacción de Morillo está, por lo demás, confirmada por su oficio al capitán general Moxó encargado del gobierno de Venezuela, oficio en el cual le decía:
-¡Cuánto siento no haber ahorcado al pícaro y vil Arismendi! Pero usted sabe cuáles eran mis ideas sobre los canallas de esa plaza y las Instrucciones.

Igualmente indicativa de la naturaleza del cambio que se operó en Morillo cuando se enteró de la sublevación de Arismendi, fue su oficio al gabinete de Madrid, en el cual no ocultaba ya su desacuerdo con las instrucciones: “No hay remedio —decía— es preciso que la corte se desengañe, pues no cortando la cabeza de todos los que han sido revolucionarios, siempre darán qué hacer, así que no debe haber clemencia con estos picarros”.

Continúa en la página 317:

Estas comunicaciones, como la ruda reacción temperamental de Morillo, permiten comprender por qué el general español, quien había prescindido de tomar represalias en Venezuela —teatro de la feroz Guerra a Muerte- no vacilaría en erigir patíbulos y en ordenar ejecuciones en masa en la Nueva Granada, donde se podían contar con los dedos los españoles sacrificados desde 1810, y donde los abogados de la oligarquía criolla habían estado a punto de procesar a Bolívar por el decreto de la Guerra a Muerte.

La rebelión de Arismendi y el "qué dirá Morales" fueron, en realidad, las causas inmediatas que indujeron a Morillo a tratar, con mano de hierro, a quienes menos lo merecían y a aplicar una política de drásticas represalias en un país cuyos dirigentes se habían distinguido por el trato benévolo —que dieron a los españoles en el confuso interregno que siguió a los acontecimientos revolucionarios de 1810.

Con razón dice Bartolomé Mitre que Morillo tenía "arranques espontáneos de franqueza y aún de generosidad intermitente, pero era desconfiado y sujeto a accesos de ira que Jo ponían fuera de sí".

Nuestros historiadores tradicionales no han otorgado la importancia debida a la sublevación de Arismendi y a la influencia evidente que ella tuvo en el comportamiento de Morillo un la Nueva Granada, porque tales antecedentes reducen a sus justas dimensiones las alegres leyendas forjadas para establecer una proporcionalidad, que nunca existió entre los méritos de los abogados “próceres” de la oligarquía granadina y su muerte en los patíbulos, ordenada por el pacificador y los jueces españoles.

Ninguno de los notables sacrificados era tan peligroso para la causa realista como Arismendi, pero el destino quiso que los adalides de la Patria Boba, tan deseosos de negociar con Morillo y de entregarse a la clemencia real, pagaran por las culpas y el drástico radicalismo de los ejecutores de la Guerra a Muerte.

En la página 330, se lee:

"La ira que dominaba a Morillo por la sublevación de Arismendi fue superior, sin embargo, a todos los consejos de la prudencia o a las consideraciones de simple humanidad y permaneció insensible ante los más dramáticos ruegos, como lo demuestra la famosa escena que se sucedió en Santa Fe cuando cerca de cincuenta damas —esposas, hijas y hermanas de los principales detenidos— se presentaron ante él para suplicarle que tuviera piedad para con sus deudos.

—Así, al pisar por primera vez tierra americana, en la isla de Margarita, perdoné a cuantos me hicieron súplica análoga a la que ahora me hacéis. ¿Sabéis el pago que me dieron aquellos ingratos, que con lágrimas invocaron la clemencia de Su Majestad? –contestó".

La sublevación de Arismendi en nuestra tierra tenía a Morillo fuera de sí y después de hacer gala de su temperamento rudo en la Nueva Granada, volvió a nuestra isla en el año 1817, y sufriría la derrota en Matasiete a cargo del pueblo insular comandado por Francisco Esteban Gómez. Gloria a Margarita.




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