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28 de marzo de 2024





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La desdicha del Mariscal
Toñito Sucre no nació en Cumaná; peor aún, no nació en tierra firme. Su advenimiento a este mundo ocurrió en las aguas del golfo de Cariaco, entre Marigüitar y Cachamaure, cuando un falucho, una mañana fría de febrero, trataba de ganar la costa de Cumaná ante el inminente parto de quien lo trajera al mundo.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

11 Feb, 2016 | Sucre es el espejo retrovisor, el guía, el faro en el puerto para los navegantes en el tempestuoso mar de la política. No se le puede idolatrar porque su conducta fue ajena a esos espejismos. Fue ese hombre que no hemos podido ser nosotros. Con su ejemplo dejó una lección, un alfabeto moral. ¿Qué ha ocurrido, entonces? Que el tiempo y la torcida política pervierten el mejor de los paradigmas. Como cualquier moneda, terminamos falsificándolo. Su itinerario fue truncado tempranamente por la absolución de la muerte; mientras la historia mundana de la política sigue burlándose de quien fuera el impecable servidor del Libertador. No tuvo paz Antonio José; no pudo realizar el deseo de retirarse a la hacienda de su padre en Cachamaure con su hija y su marquesa. Tratemos de ir al punto. Los cronistas, los historiadores, los escritores de Cumaná y del país quedan al margen ante la champurria de un día más de fiesta patria en los turbios días que corren. El olvido es un dios de castigos y penitencias. No hay documentos probatorios, no hay lugar veraz para ese natalicio en el antiguo San Francisco.

No hay calle, esquina o casa para legitimar un alumbramiento que no tuvo lugar en la Primogénita. Toñito Sucre no nació en Cumaná; peor aún, no nació en tierra firme. Su advenimiento a este mundo ocurrió en las aguas del golfo de Cariaco, entre Marigüitar y Cachamaure, cuando un falucho, una mañana fría de febrero, trataba de ganar la costa de Cumaná ante el inminente parto de quien lo trajera al mundo. Doña María Manuela de Alcalá y don Vicente Sucre pasaban una de sus acostumbradas temporadas en la quinta de recreo que tenían en Cachamaure, una casa de corredor con columnas de madera, asentada sobre una loma desde donde el mar del Golfo se impone sigiloso. Allí le vinieron las novedades a la madre, por lo que hubo que poner proa hacia Cumaná. Era pasado el mediodía cuando desembarcaron en Puerto Sucre.

Sobre la parihuela que llevaban procesionalmente cuatro esclavos de don Vicente, bostezaba y buscaba leche materna quien emergió a la luz bajo el halo de la fosforescencia del mar y venía predestinado a dar lo mejor de su humanidad para la independencia de América. Muerto a traición en Venta Quemada (Pasto), hasta allí pudo sortear las adversidades. No sin razón monseñor Mariano Parra León, quien fuera arzobispo de Cumaná, llegó a sentenciar que la decadencia de ésta se debía a "la maldición de Berruecos". Y es que no la abandona la mala suerte, visto que alguien más rayado que una cebra, como la ministra Iris Varela, lave sus trapos sucios con la imagen del Mariscal, "designada", por esos oficios de "buen" gobierno, oradora de orden para conmemorar los 221 años del natalicio de Antonio José de Sucre. "Ay, Cumaná, quién te viera…", diría de nuevo el noble soldado Juan Pinto antes de la Batalla de Ayacucho.




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