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Rubén Darío: centenario de su muerte
Visto desde nuestro presente, lo que escribió y vivió, las múltiples leyendas que están cruzadas en su trayectoria vital, no parecen caber en esos 49 años de un cuerpo que se despidió hace cien años. Su muerte conmocionó al mundo hispano y a las élites europeas donde su obra dejó huella.
Ramón Ordaz / rordazq@hotmail.com

5 May, 2016 | Tal como seguimos hablando de Homero, Esquilo, Horacio, Virgilio; tal continuaremos haciéndolo con los escritores que enaltecieron nuestras letras y forjaron la cultura latinoamericana con el sello indeleble de sus obras, porque sin ellos nuestra identidad quedaría trunca. Rubén Darío (Metapa, Nicaragua, 1867-1916) es uno de esos poetas al que siempre hay que volver. Poeta, no en la versión recortada y peregrina de muchos, sino en una visión plural, multifacética, intelectual y crítica, de quien hace de la palabra un instrumento de creación ante los avatares de la historia.

Ocurre con Darío, como con su par modernista, José Martí, que sus obras con el tiempo se insertaron en el corpus mayor de lo que hoy constituye el pensamiento latinoamericano. Sus poemas, sus crónicas y ensayos, están fuertemente referenciados y potenciados por la reflexividad de los distintos discursos, literarios o no, académicos o no, en lo que constituye el acervo intelectual hispanoamericano. El uruguayo Ángel Rama, quien no dejó de estudiarlo una y otra vez, se preguntaba: “¿Por qué aún está vivo? ¿Por qué, abolida su estética, arrumbado su léxico precioso, superados sus temas y aun desdeñada su poética, sigue cantando empecinadamente con su voz tan plena?”.

Inquietaba a Rama que ante los muchos nombres fulgurantes de la literatura latinoamericana, éstos no lograran trascender y adquirir la presencia incólume de Darío. Gran intérprete de su época, llegó a plasmar en sus obras los acontecimientos más relevantes de nuestra cultura, supo abrirle cauce en su pensamiento a las transformaciones históricas que empezaban a darse en América Latina: la creciente modernización y urbanización de nuestros países imponían un cambio de mirada, un enfoque distinto respecto al pasado inmediato de nuestros pueblos; rupturas que advirtió José Martí con mayor énfasis.

Andrés Bello nos escribió la Gramática y Darío con su verbo poético nos procuró la carta de ciudadanía universal al darle versatilidad y sacar de su esclerosamiento a la lengua que nos trajeron los conquistadores. Monumental Darío, inalcanzable Darío. Visto desde nuestro presente, lo que escribió y vivió, las múltiples leyendas que están cruzadas en su trayectoria vital, no parecen caber en esos 49 años de un cuerpo que se despidió hace cien años. Su muerte conmocionó al mundo hispano y a las élites europeas donde su obra dejó huella.

Sus exequias en Nicaragua remontaron con su ritual muchos siglos. Fue el entierro de un semidios de la poesía, el exótico fragmento de un sueño griego que salía de una de sus páginas a la realidad. Intrigada, la junta de médicos que lo atendió logró extraer el cerebro de su caja craneal, como para demostrar de qué tamaño es el genio. Pesaba 1850 gramos, muy por encima de lo normal. La verdad es hija del tiempo, dicen los latinos.




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