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Un vulgar golpe de Estado
Las bandas de bachacos eran oriundas de diferentes partes de la isla. E incluso había emigrantes de la tierra firme.
Walter Castro Salerno | walterjosecastro@yahoo.es

2 Jul, 2016 | Al despuntar el alba del miércoles 29 de junio del año 2016, en la isla de Margarita, /Venezuela/, última y hermosa perla en la parte inferior del collar del arco antillano, bajo leve llovizna salinosa y en medio de la larga hilera de personas que aguardaba desde la frágil noche la apertura del supermercado, se había suscitado una áspera discusión. Entre los sollozos de los niños, el ladrido de las comadres y los perros, la estridencia del pegajoso rap que escupía un destartalado equipo de sonido, montado sobre la plataforma del viejo camión, se enfrentaban de viva voz y con coléricos ademanes, los líderes de dos bandas rivales de “bachacos”.

Para los ignorantes o quienes llegaron tarde, tenemos en el diccionario “Bachacos”: “Dícese en lenguaje popular, de aquellos individuos que se dedican con denodado afán, organización y disciplina en la economía informal venezolana, bajo el mandato del presidente Nicolás Maduro, a la adquisición de víveres e insumos u otra clase cualquiera de productos con precios regulados y revenderlos ulteriormente en el mercado negro con desproporcionados y elevadísimos márgenes de ganancias”.

Las bandas de bachacos eran oriundas de diferentes partes de la isla. E incluso había emigrantes de la tierra firme. Dotadas de una excelente plataforma de redes informativas, empleando tropas de ancianos, niños y discapacitados, curtidas y mañosas, y usando las más de las veces a falta de argumentos convincentes, el chuzo, el machete y, por qué no, la exhibición de poderosa arma de fuego, estas bandas que ese día protagonizaban aquel conato de reyerta ya habían entrado en combates anteriores por la posesión de territorio.

La información que había corrido como reguero de pólvora, la noche anterior y la expresión no es metafórica, revelaba que un gran cargamento de arroz, aceite, azúcar, harina pan, pastas, detergentes, leche en polvo, había arribado a la isla. El botín lucía jugoso y excitaba, con lujuria, la codicia de las tribus de bachacos. De allí la tensión creciente originada por la prioridad en el orden de la cola. Había temor además, como había ocurrido en días anteriores que la intervención de la fuerza pública disolviese la aglomeración, mediante la expedita aplicación del “toque de queda”.

De súbito, de una lujosa camioneta de color negro descendió un grupo de personas uniformadas y fuertemente armadas. El jefe de una de las bandas rivales de bachacos entra en apartada y sigilosa conversa con el jefe de los guardias. Camiones con uniformados llegaron a la escena. La columna fue dividida rápida y brutalmente en dos segmentos. Uno recibió peinillazos, tiros de perdigones y gas lacrimógeno. Otro fue privilegiado. Pudo acceder fácilmente a las puertas del supermercado.

Se había consumado aquella madrugada del miércoles 29 de junio, un vulgar, silvestre y muy tropical golpe de Estado.




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