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La felicidad de los ungidos
Algo aprendimos de Baltasar Gracián: “Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen; valer, y saberlo mostrar, es valer dos veces; lo que no se ve es como si no fuese; no tiene su veneración la razón misma donde no tiene cara de tal; son muchos más los engañados que los advertidos”.
Ramón Ordaz / rordazq@hotmail.com

12 Ene, 2017 | ¿Qué ciudadano se pretende construir?, es una buena pregunta cuando, perplejos, observamos esa “loca rotación inmóvil”, que en el caso del colibrí de Luis Enrique Mármol es un evento lírico, pero referido al gobierno resulta aterrador y demencial. Quien carece de moral y de ética no tiene prédica saludable que ofrecer; en cambio, sí, habla a los suyos, a los que ha corrompido; a unos con dádivas, a otros con racimos de cargos y ofertas financieras en ese mercado de oscuras y perversas transacciones entre quienes se han repartido el poder, Padrino y Cía. por delante. No se construyen valores con la piñata petrolera, en la que la ingenuidad de muchos va en busca de prebendas y de los cachivaches que llegan gracias al fondo capitalista chino.

Mendigos, vasallos y culebreros forman parte de ese hombre nuevo que una dirigencia sin sustancia filosófica, sin compenetración real con el sustratum antropológico e histórico del venezolano, marca con hierro salvaje esa parcela de país cuya ideología es el hambre y las carencias de todo tipo en el círculo familiar. Como nunca el bozal de arepa ha dado pingües ganancias a un partido político. La revolución de los brincapozos ha hecho del país esa inútil realidad de los espejismos: el socialismo folklórico de estos días aciagos. Porque realidad aquí no hay otra que no sea el permanente desmadejamiento, ese desovillar el pasado para que todo quede en el limbo, y sea más fácil poner candados a las voces del viento, mientras que los sueños de perpetuidad en el poder levanta su propia Jauja.

El flamante gabinete que exhibe para 2017 el gobierno debería avergonzar al más común de los ciudadanos. La misma claque de fracasados, mediocres e incompetentes, sin nada comprable en sus largos y ventosos ejercicios de gobierno, son presentados al país de los lotófagos como quienes en este año de recuperación -Maduro dixit- nos sacarán los pies del charco. Después de dieciocho años de frenético enroque nada hay que argumentar en su contra que no sea el recurrente fracaso. Esa es la más elocuente hoja de vida de esos minusválidos ministros, mientras se evapora cada vez más ese ciudadano de ayer que, a pesar de las torcidas políticas del pasado, cierta dignidad llevaban en sus alforjas.

Algo aprendimos de Baltasar Gracián: “Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen; valer, y saberlo mostrar, es valer dos veces; lo que no se ve es como si no fuese; no tiene su veneración la razón misma donde no tiene cara de tal; son muchos más los engañados que los advertidos”. El Presidente y su camarilla si no han tocado fondo, es lo cierto que se están dando contra el techo. Esta vez se agotaron los expertos de la revolución. Improvisados y milagreros, esperan que Eleguá interceda por ellos. Y, ¿nuestros ciudadanos qué?




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