12 Ene, 2017 | La muerte de Memo Morales, en plena actuación para despedir el año, me dejó la sensación de que con él terminó un ciclo de nuestra historia. A pocos días de un nuevo aniversario del 23 de Enero de 1958 y en medio del desastre, que está propiciando Nicolás Maduro, el dramático mutis del Gitano Maracucho es un hecho cargado de fatal simbolismo.

Visto en perspectiva, el régimen chavista puede ser entendido como la degeneración final del modelo político que surgió en 1958. Esta apreciación es válida si tomamos en cuenta que la “revolución bolivariana” no fue otra cosa que la exacerbación paroxística del capitalismo de estado, del centralismo, y del reparto clientelar de la renta petrolera.

La Billo’s de Cheo y de Memo evoca los años vigorosos del puntofijismo. Pero Memo Morales anciano, sin Luis María y sin Cheo, era la encarnación del tristísimo epílogo que nos ofrecen los herederos del Comandante Eterno.

Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno y Teodoro Petkoff en la segunda mitad del segundo gobierno de Caldera, intentaron reformas para corregir las distorsiones provocadas por la dependencia de la renta petrolera. CAP fracasó por haber sobrestimado su liderazgo y por la mentalidad retrógrada que acaudillaba a su partido. Petkoff fracasó por la extrema debilidad del gobierno de Caldera y por la aparición de un mesías carismático, populista y desenfrenado.

Aunque Stefan Zweig afirma que “la Historia impide que los contemporáneos identifiquen desde el principio los grandes movimientos que determinan a la época en que les toca vivir”, creo que muy pronto tendremos una nueva oportunidad para superar el rentismo, el populismo irresponsable y el clientelismo depredador. A la tercera va la vencida.