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Andar con la sed de Magaly Salazar
El libro de Magaly recorre ciertos espacios de la vida de Sor Juana, pero hay algunos en especial que desearía mencionar. Primero, está el del convento donde pasó parte sus días y donde además se entregó al estudio, la meditación y la escritura. En el silencio, y alejada en lo que pudo del mundanal ruido, percibe a Dios.
Rafael Rondón Narváez

17 Mar, 2017 | Con una contundencia a la cual nos tiene acostumbrado, Magaly Salazar acierta de nuevo en darle un título a su obra. Ya antes nos había convidado a hacer otros recorridos por textos como Ardentía (1992), Bajío de sal (1996), Caudalía (2010), por solo nombrar algunos. El más reciente, resume un concepto, pero sobre todo define con exactitud un sentimiento apropiado para emprender la lectura de su poemario.

Ahora nos invita a Andar con la sed. Palabreos con Sor Juana Inés de la Cruz. Y uno siente esa sensación anunciada cuando lo recorre. Esa suspensión constante, esa ansiedad no saciada por el conocimiento terrenal y sobre todo por el reconocimiento de lo divino. Es una impresión agonística prestada del barroco y por supuesto vinculada a la autora a la cual dedica el libro: Sor Juana Inés de la Cruz.

Epígrafe

Igualmente, el libro nos hace su invitación de la mano del gran poeta alemán Rainer María Rilke, que si bien vivió en un estado de angustia y búsqueda constante, en algún momento de su vida parece haber conseguido cierta paz. El epígrafe del libro nos invita a ese sosiego, al decir: Un vuelo en Dios, un contrapeso/ en el que rítmicamente me realizo.

Sin embargo, esa orientación del título es una propuesta para revisar una escritura a través de la vocación religiosa e intelectual de Sor Juana y entroncarla con la tradición de la poesía escrita en español, donde el barroco tuvo un asidero destacado. No en vano fue cuando tuvieron espacio fértil las contradicciones entre un mundo que apostaba por la modernidad entendida como duda, desarrollo científico y tecnológico y el deseo hispano por mantenerse raigal al catolicismo.

No es casual que en el recorrido del poemario nos encontremos acompañados también con los poetas de la tradición española. Así, Salazar emparenta a la mexicana con los grandes escritores del siglo de oro, pero sobre todo con aquellos que tienen profunda cercanía con lo espiritual. Aunque nuestra Sor Juana no fue mística en el estricto sentido de la palabra, sí es justo vincularla a poetas como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. A ambos se refiere Magaly. Veamos, por ejemplo el poema XII, donde dice: Querer gustarlo todo/ Es saborear la nada. Así escogiste la noche sanjuanista. O la cita en el poema XLVI al Cántico Espiritual, al referirse a la hermosa figura del ciervo vulnerado de San Juan de la Cruz. En el caso de Santa Teresa está la convocatoria y la paráfrasis: Velas y quillas/compiten con gaviotas/para limpiar el aire/de críticas y envidias/ mientras Sor susurra la oración de Santa Teresa, / nada me turbe/ nada me espante/ y solo Dios basta.

La referencia a los autores es acertada porque se entronca con una forma de decir de la lengua que tienen en el siglo de oro uno de sus momentos más estelares. Además, porque no se queda solo en la península, sino que viaja a ultramar a hacerse lenguaje nuevo en las indias. No es casual que muchos hayan visto la culminación de ese siglo de oro, con la poetisa mexicana, pues ella le dio brillo al idioma, a la tradición religiosa y a las formas cimeras del barroco.

Desde la celda

El libro de Magaly recorre ciertos espacios de la vida de Sor Juana, pero hay algunos en especial que desearía mencionar. Primero, está el del convento donde pasó parte sus días y donde además se entregó al estudio, la meditación y la escritura. En el silencio, y alejada en lo que pudo del mundanal ruido, percibe a Dios. En el encierro, estaría la apertura a la divinidad. Es en el encierro, además, donde el ejercicio espiritual enlaza pensamiento y escritura. En el poema final, nos lo recuerda Magaly Salazar: la oración asciende desde la celda. Pero la celda no excluye otras prácticas. Lo sabemos por la misma sor Juana, gracia a su famosa Repuesta a Sor Filotea, donde enuncia una frase infinitamente repetida: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más habría escrito.

En este sentido, como lo viera Josefina Ludmer, Sor Juana practica una estrategia desde su supuesta debilidad, no solo para nombrarla en su escritos, sino para potenciarla y destacar el al lugar de esa enunciación y así transformarlo en valor. Transfigura así lo menor en contundencia.

Las ollas no están alejadas ni de Dios ni de la escritura. Magaly lo sabe y lo dice en varios de sus poemas. En el LI, declara: Nunca se creyó señora/ pero nació con tal sino/ que puso un delantal a su donaire/para servir en la/casa del pastor.

Y así varias veces recorre el libro la misma isotopía de lo tiznado, el tizne, lo ceniciento. Ora, Sor Juana limpia/el tizne de su rostro. Y es una humildad que no envilece, sino que asegura la calidad a sus oficios y específicamente a aquellos a los que una mujer de la Nueva España estaba ligada.

Del tú

¿Y hasta qué punto la voz lírica del poema se emparenta en el decir y en la representación del mundo de aquella mujer? Pareciera que en mucho, pues ambas voces se entrecruzan. El tú está siempre referido a sor Juana como si estuviera enfrente de ella. Pero igualmente se funde al yo que dice. Así Magaly Salazar, o por mejor decir, la transfiguración de esta mujer en voz lírica es también la de otros.

En buena parte esa celebración a Sor Juana, se vuelve una invocación. Por algo utiliza con frecuencia el vocativo, el apostrofe lírico para dialogar con la monja. Eso mismo entronca el poemario con géneros como la oda o el himno. Cosa nada indigna si entendemos que son formas de tratar temas graves y de cantar en un sentido religioso.

Pero el tú no es, por supuesto, una construcción histórica ni académica de la monja. Como toda invocación, es una lectura personal y transformadora. El Tú se construye no como una fidelidad a la vida, puesto que no hay intención biográfica, ni erudita. Otros estudiosos realizaron excelentes semblanzas y análisis de Sor Juana. Citaré los más conocidos: Margo Glantz, Octavio Paz, Georgina Sabat o José Pascual Buxó. El camino de Andar con la sed es otro, es la reconstrucción y la apropiación poética, profundamente emocionada y de larga recorrido por una obra. Examinando el libro, uno se da cuenta de que la autora ha leído y aprendido de la obra de la mexicana. Es pues lectura y relectura de años, que se hace patente en la mención a varias de sus obras más famosas.

Así por ejemplo, se refiere a los villancicos en el poema LV: Tercia Sor Juana Inés por los mestizos/ apretando las cuentas del rosario. Como se sabe, Sor Juana escribió en ese género religioso y festivo y abogó por una voz de colores diferentes, al incluir textos en nahual o incluso al recrear la oralidad de los africanos. Pero, además, los villancicos le sirvieron para cantar a uno de los personajes, más querido y que recorre todo el poemario. Nos referimos específicamente a la Virgen María. De ella dice: En medio de la noche. /la Virgen Pura. Qué más quisiera el Jazmín. Hay también otros momentos referidos a los autos sacramentales, y con especial deleite a su gran poema: El Primero sueño

Sor Juana dice muchas cosas a muchos y los seguirá diciendo. Es evidente que la lectora de este libro es una mujer. Eso emparenta aún más a Magaly Salazar con esta obra, marcando así una genealogía donde hay semejanzas y continuidades, pero también distancias. Al final, este libro es el encuentro de dos escrituras en el esfuerzo de hacer la autoría de una voz. Es el producto de un trayectoria vital que se decanta, la expresión de la búsqueda de una sabiduría vital donde la monja le sirve de palabra para expresar la condición de ese sujeto que se reconstruye en el hecho de ser mujer. Ya no la mujer del siglo XVII, pero que se entronca para ver en qué medida una enseñanza precedente puede también marcar la vida. Esto no es un hecho insólito, pues Sor Juana se convierte en el siglo XX y XXI, en las múltiples lecturas que de ella se realizan, la antecesora de una escritura. Otras poetas venezolanas podrían hallar en otras tradiciones, la norteamericana, por ejemplo, esas maternidades, Magaly Salazar ha preferido encontrarla en México.

Termino por resumir un último aspecto de este poemario. Hace poco, en su discurso de ingreso a la Academia de la Lengua, el poeta Armando Rojas Guardia refería su condición de intelectual marginal. Varias razones exponía para avalarlo, pero me quiero referir solo a una: el ser cristiano hoy en un mundo donde los intelectuales se descantan por el ateísmo o por una postura agnóstica o laica. Así dice Rojas Guardia: “De modo que al elegir el cristianismo católico como plataforma existencial y al escribir desde él, me coloco a mí mismo en un espacio intelectual y estético periférico”. Quiero recordar esta observación porque en este libro de madurez de Magaly Salazar también esta esa opción. Y estoy seguro que a ella tampoco le inquieta estar en ese espacio.




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