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Mensaje a Alfredo Díaz
Te hago esta referencia, Alfredo, porque como habitante de Los Conejeros, tengo entendido que provienes de un hogar humilde, de trabajadores. Eso me preocupa, pues si vinieses de una familia acomodada, de empresarios, la vaina sería mejor para ti; a fin de cuentas, sería justo que pusieras tanto empeño en la defensa de los intereses de los empresarios. Lo contrario, compadre, lo de venir de una familia humilde y terminar así, vaya, no es fácil asimilarlo.
Pedro Salima | psalima36@gmail.com

19 May, 2017 | Hace muchos años, era yo un joven estudiante, ante la reunión de una Comisión Tripartita para discutir un aumento salarial, ¡uf!, tiempos del Estado de rodillas ante el poder económico, escribí un artículo muy crítico contra el Presidente de Fedecámaras, que era el mandón de la mentada Comisión; junto al ministro del Trabajo, responsable de cuidarle los churupos al primero, y el presidente de la CTV, presunto representante de los trabajadores, pero presto al negocio en la mesa.

Un profesor universitario, brillante economista que venía del socialcristianismo a abrazar el campo marxista, me atajó en un pasillo de la universidad para felicitarme por el artículo, pero advirtiéndome que el empresario actuaba en defensa de sus intereses, que el ministro defendía los intereses del capital porque era parte del Estado burgués, y que el gran traidor era el presidente de la CTV pues traicionaba a su clase, la clase trabajadora, para plegarse a su enemigo de clase, el empresario. Por varios minutos me habló de la traición a su clase social por parte de alguien, y a mí se me quedó grabado como un crimen imperdonable.

Te hago esta referencia, Alfredo, porque como habitante de Los Conejeros, tengo entendido que provienes de un hogar humilde, de trabajadores. Eso me preocupa, pues si vinieses de una familia acomodada, de empresarios, la vaina sería mejor para ti; a fin de cuentas, sería justo que pusieras tanto empeño en la defensa de los intereses de los empresarios. Lo contrario, compadre, lo de venir de una familia humilde y terminar así, vaya, no es fácil asimilarlo. Se ve como feo. Pues, para tu mala leche, ni siquiera dicen quienes te conocen que vienes de eso que llaman “las capas medias”, que a la final siempre terminan al lado de los intereses de la burguesía. Pero, compadre, me entra un escalofrío cuando me aseguran que vienes de un hogar humilde, de trabajadores. Prefiero no indagar más, es que no sé cómo explícarte la pena, sí, la pena que siento por ti.

Imagínate, yo, un ciudadano cualquiera, sintiendo pena por el alcalde del municipio.
Lo malo, compadre, es que estás llegando a los extremos, y eso es más feo todavía, más penoso. Es como si quisieras reafirmar a los empresarios, a los burguesitos, que tú estás allí para servirles, para llegar al extremo de aupar actos que rayan con el terrorismo, para dejarles claros que tú eres un fiel servidor a sus intereses. Disculpa la vaina, pero recuerdo la triste frase del presidente peruano respecto a los gringos: “somos como un simpático perrito durmiendo en la alfombra, que no genera ningún problema”. Terrible la frase, compadre.

A lo mejor tú llegas a eso sin darte cuenta, asumiendo que es normal, que es como Dios manda; bueno, eso forma parte de la cabronería de la Iglesia desde que nació. De todas maneras, si leyeras un poco, compadre, si dejaras un poco las francachelas para darle un tiempito a las lecturas, podrías verte en un espejo, con tu piel morena y tu pelo malo, con tu porte de hombre humilde, de la clase trabajadora, y te dieras un paseo por lo que has hecho, sabrías que en el cristal, justo frente a ti, está la imagen de un traidor a su clase.




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