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29 de marzo de 2024





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La paz o la guerra
Las guerras intestinas traducen una lucha, ya impolítica, por cuanto descarta la negociación o parlamento entre dos bandos irreconciliables, para preservar o alcanzar el poder. Esto es, la hegemonía. Ambos bandos o sectas, son tercos en la voluntad de eliminar o aplastar sencillamente al adversario mediante la aplicación de la fuerza bruta.
Walter Castro Salerno walterjosecastro@yahoo.es https://wjcastro.wordpress.com

22 Jul, 2017 | “La paz, pedimos la paz, lo mínimo que puede pedir un pueblo…”, así declamaba, con sentido tono elegíaco, un día cualquiera de 1948, Jorge Eliécer Gaitán, el líder indiscutido del liberalismo revolucionario colombiano. El 9 de abril de ese mismo año caía acribillado a balazos en una céntrica calle bogotana.

Se iniciaba así uno de los períodos más sangrientos y difíciles en la historia del hermano país. Caudalosos ríos de sangre y lágrimas han anegado desde entonces hasta hoy el espacio y la historia de Colombia. Se sabe así entonces de qué manera y por qué comienzan las guerras (in)civiles. La de España fue otra historia de dolor y profundos desgarramientos. Aún son notables hoy en día.

Al igual que las sufridas por los centroamericanos, los sudafricanos e irlandeses del norte, los del sur del continente americano, los griegos e italianos, luego de la II Guerra Mundial bosnios, montenegrinos, serbo-croatas, los del centro, el norte y el “cuerno oriental” de África, los que pueblan el levante y el oriente medio, los de las penínsulas indochina y malaya.

Las guerras intestinas traducen una lucha, ya impolítica, por cuanto descarta la negociación o parlamento entre dos bandos irreconciliables, para preservar o alcanzar el poder. Esto es, la hegemonía. Ambos bandos o sectas, son tercos en la voluntad de eliminar o aplastar sencillamente al adversario mediante la aplicación de la fuerza bruta.

Como en la guerra entre naciones, no hay límite o contención alguna en el uso de dicha fuerza hasta someter al adversario a plegarse a nuestra voluntad. (Cf. Clausewitz: “De la guerra”). A ningún individuo medianamente racional escapa, que sea como fuere, hoy se halla nuestra patria venezolana, sumida en una las más grandes, complejas y difíciles crisis en la historia de los últimos 100 años.

Tormentas y tiempos borrascosos, sin duda, hemos pasado. Asonadas, golpes de estado, pronunciamientos, insurgencias populares, hasta magnicidios plenan las páginas de la historia criolla. Las intervenciones extranjeras no han solido ser, desde luego, discretas e infrecuentes. Al contrario, el factor petrolero las ha exacerbado.

El problema de las fronteras en el costado occidental, y en el Esequibo, tienen también peso e influencia. El caso es que parece hemos llegado al final del camino de la pugna civilizada. Es decir de la política. Si no la reinventamos ahorita mismo, si por mala fortuna, por demencial irresponsabilidad de la dirigencia, la obviamos y apartamos, todo se habrá consumado.

Es la paz o la guerra. No existen más opciones. No hay otras.




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