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Felipe Méndez Quijada: Un maestro que siembra poesía
Maestro, este canto es para ti, porque sé que guardas tantos recuerdos, que corres con ellos, para despertar la noche; y para que sigas sembrando poesía, en los espacios fértiles del silencio.
Tarcisio Rodríguez

24 Jul, 2017 | La Fuente, en Antolín, fue cuna de tu nacimiento. Tu papá, Luis Méndez, dedicó su vida a las labores del agro, como forma existencial de aliviar las necesidades familiares. Tu mamá, Felipa Quijada, se entregó exclusivamente a los quehaceres del hogar. Su gran anhelo, darle amor y educación a sus hijos.

Días difíciles. La ayuda en casa. Un niño, montado en el anca de un burro, asido a la cintura del padre, para ir al conuco. Esa conexión con la tierra, desde niño, te impregnó de amor por la siembra y la cosecha. La yuca, el topocho, el mango, la lechosa, la berenjena; en los agajes, para llevarlos al hogar. La siembra de maíz, el padre adelante abriendo surcos, y tú, detrás, echando cinco granos en el hoyo, y tapándolos con aquellas alpargatas desgastadas por tanto uso.

La escuela allí. En tu conciencia. Sabías, de niño precoz, que el estudio era el camino ideal para alcanzar una mejor calidad de vida. Ser maestro, era tu sueño.

La escuela normal. Tu título de maestro. ¡Cuánta alegría! Amor, constancia y fe fueron tus caminos. La isla de Coche te dio la bienvenida. Ese mundo maravilloso de entregar almas. Esa isla mágica te atrapó. Ese paisaje marinero. Pescadores. Rancherías. Botes. Atarrayas. Anzuelos. ¡Ese mar azul!

El amor llegó. Muchas sirenas hacían sus siluetas en la arena, para llamar tu atención. Una, te lanzó redes de amor para tenerte por siempre. ¡Te atrapó! Una niña. Única. ¡Tus ojos!

Dos islas te unen. Coche. Margarita. Un mar que no pierde su azul. Un oleaje de peces que tragan soles de sal, en el horizonte del viento. Un silencio dormido en el mismo silencio, de árboles y nubes que bordean tus pupilas. Dos paisajes. Dos amores. Dos mundos.

Maestro, este canto es para ti, porque sé que guardas tantos recuerdos, que corres con ellos, para despertar la noche; y para que sigas sembrando poesía, en los espacios fértiles del silencio.




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