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Hijos de mujeres presas crecen entre los barrotes de una cárcel en Paraguay
En este recinto de unos 300 metros cuadrados, 30 mujeres ven crecer a sus respectivos retoños, un total de 34 de los que el 80% nació entre rejas.
EFE

Foto: EFE

Madres e hijos comparten día tras día en espacios de una cárcel en Paraguay. / Foto: EFE

22 Oct, 2017 | Asunción. Los hijos de hasta cuatro años de una treintena de mujeres presas en la cárcel de El Buen Pastor crecen en un predio especial por su condición de niños, pero que no oculta la realidad que existe tras los muros de este presidio femenino en mitad de Asunción.

Los barrotes de esta cárcel capitalina esconden una existencia paralela maquillada con paredes de colores, un par de columpios y algunos juguetes entre los que se escuchan gritos y risas infantiles de los pequeños que corretean despreocupados por el patio.

Desde hace cuatro años, la prisión dispone para ellas y sus pequeños de un espacio acotado donde viven con mejores calidades que el resto de las 481 mujeres que componen el total de reas de la penitenciaría.

La directora de la escuela infantil de la prisión, Luz María Aranda, explicó a Efe que "todas las mujeres pueden acceder independientemente de los delitos" y que el único requisito es "tener hijos".

En principio, cada presa puede tener a su cargo un niño, aunque la norma no es estricta, pero el aforo es limitado y hay reclusas en la parte general del presidio que están embarazadas y pronto tendrán que tomar la plaza de otra mamá cuyo hijo haya cumplido cuatro años, edad con la que tienen que salir.

"Una vez que el niño ya no esté, se le tiene que buscar otro espacio y tiene que dejar espacio para otras madres. Afuera lo están esperando otras (...) Tienen que buscarle una familia acogedora o un familiar cercano que ellas decidan", señaló Aranda.

Ella conoce de buena mano lo que supone que un niño pase sus primeros años de vida en esta realidad paralela: "sabemos que los primeros 1.000 días está la alimentación y que el 80% de la neuronas se desarrollan en esa etapa".

Desde Unicef indicaron a Efe que ese tramo de la vida de un niño es esencial para su desarrollo y su futuro y que, pese a que una cárcel no es lugar adecuado para criar a un niño, es un mal menor teniendo en cuenta la importancia de que estén junto a sus madres.

"Es muy importante que esté con su mamá. No es igual al niño que está fuera con su madre también, lo vemos con la experiencia. Cuando son chicos no se dan cuenta que este es el mundo en que nacieron, pero cuando conocen la parte exterior y salen a visitar a sus tíos, porque hay algunos que salen, entonces algunos no quieren regresar", dijo Aranda.

Agregó que desde la escuela se han percatado de que los retoños crecen con ciertas deficiencias en su socialización y conocimientos por la escasez de experiencias más allá de los barrotes.

"Los niños tenían miedo de una sirena. Pasaba un avión y corrían todos desesperados llorando. Empezamos a enseñarles qué es un avión, que eso no hace nada, o que cierto ruido es una ambulancia. Salíamos a mirar entre las rejas los autos y camiones que pasaban. Se fue dando poco a poco porque realmente tenían miedo", indicó la educadora.

María Nancy Acosta, de 32 años, lleva presa desde hace dos años y siete meses en El buen Pastor por un delito de microtráfico de drogas y sus dos hijas, una de casi cuatro años y otra de cinco años, se han criado prácticamente en ese lugar.

Acosta consideró que sus hijas están mejor con ella porque no tiene ningún familiar con quién dejarlas, aunque se arrepiente de que deban crecer en esas condiciones por un delito que ellas no cometieron.

"Yo la verdad es que el delito que cometí en mi vida voy a volver a hacer porque mis hijas pagaron y hasta ahora siguen pagando por lo que hice. Estoy sumamente arrepentida, yo tuve una cárcel triple: por mis (dos) hijas acá y mi hija mayor de doce años que está en plena adolescencia (...) Ni loca voy a volver a hacer lo que hice", dijo a Efe.

La idea de que los pequeños vivan entre las rejas de una cárcel, por muy maquillada que esté y aunque puedan salir a visitar a familiares o en excursiones organizadas por la escuela, implica la idea de que los niños estén "presos", pero tratan de luchar contra ese estigma.

"Una vez fui a llevar a un niño al supermercado. "Él no puede salir", me dijo la oficial (de prisiones) y yo le dije que su mamá es la que está presa, él no", explicó Aranda.




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