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Eduardo Gasca: poesía y subversión
Ese mar, que es también la poesía, alberga peces para todos, y el que sepa pescar tiene garantizados sus derechos. Eduardo es un pescador, vale decir, un poeta, no porque lo supongamos, sino porque es autor de unos libros de poesía, además de narrador y traductor reconocido. Desde mi cercana lejanía consideré que se merecía el reconocimiento de sus iguales y se lo hice saber.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

16 Nov, 2017 |El solipsista predica con el mal ejemplo. En esa comedia de equivocaciones no hay acto para otros; todo homenaje y ofrenda debe subsumirse en el ungido, en el engreído pensar que los dioses del Olimpo crearon el árbol de laurel para coronar una sola frente. Hay quienes se lo creen.

Al poeta Eduardo Gasca le organizaron un homenaje que no fue honrado por los promotores de una Bienal que se realiza en la isla. A excepción del orador de orden, el escritor Celso Medina, no honraron, insistimos, como era de esperarse, el talante del poeta y profesor universitario. No es esta una defensa de Eduardo, tampoco él la ha solicitado. Hago de intruso, pero abonando arenas y nácares en el mar al que creemos pertenecer.

Ese mar, que es también la poesía, alberga peces para todos, y el que sepa pescar tiene garantizados sus derechos. Eduardo es un pescador, vale decir, un poeta, no porque lo supongamos, sino porque es autor de unos libros de poesía, además de narrador y traductor reconocido. Desde mi cercana lejanía consideré que se merecía el reconocimiento de sus iguales y se lo hice saber.

Ahora lo hago explícito. Fue mi profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Oriente y por obra de su inteligencia se nos hizo familiar la poesía de T.S. Eliot. Gracias, Eduardo, por esas clases, y gracias por la amistad sobrevenida. El tiempo pasa, nos leemos, y el arrollador silencio lo sepulta todo. “Canción de Morgan el sanguinario” es su primer poemario; breve y conciso como es toda su poesía y su prosa.

En su momento lo leímos, nuestros recuerdos son vagos y confusos, y, como tal, debe considerarse un logro como lo demanda un epígrafe del Génesis en el libro. En su segundo poemario, “Ir donde no llaman”, sin abandonar los juegos borrascosos de Morgan, refina la buscada vaguedad de sus primeros poemas para situarnos frente a un críptico trasiego de sombras, transportes de “personajes” que hacen puente con sus relatos. Zurcido invisible de los versos, certera individuación del laconismo como estilo, el sesgo irónico y la ambigüedad como credo literario, son los distingos de su poesía.

Subvierte el orden sintáctico, transgrede el encabalgamiento valiéndose de elipsis, voluntarios lapsus linguae, lítotes, hipérbatos y parodias que ponen en vilo una sintaxis cuyo propósito es dar con el lector cómplice, el que tiene que vérselas con las distintas perspectivas desde donde escribe el poeta, buena parte visual, plástica, como ocurre en el poemario “Vivo en la ciudad”.

Desde una ventana, ojo de luz virtual, agencia el transcurrir cotidiano que poetiza. Hay que practicar el voyerismo de Eduardo Gasca para percatarse que la subversión es total: de forma y contenido. “Crónica de la fundación”, “Humo de las tierras altas”, las “Odas” son significativos ejemplos. “De fuego la copa alzada”, ¡Salud, poeta!




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