Porlamar
28 de marzo de 2024





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Manicuare, el pueblo inconsolable (II)
Hubo una mujer, un amor en sollozos aguardándole, Cordera, él le decía, en cada carta de amor y despedida… “A cada instante oigo que me llamas y soy feliz creyendo que no te cansas de suspirarme y nombrarme con el pensamiento.
Perucho Aguirre

30 Nov, 2017 | Y esa música instrumental permanente del Golfo, tan suya y asimilada. Concierto playero que no le abandonó ni un instante por esos 18 años y le mantuvo la vida, para frenar un poco la muerte. ¿No sería posible que un azul de esos tenga la mano etérea del milagro? – Se decía… El pueblo no dejaba de protestar, aunque, calladamente, en lo más hondo de su corazón. -Maldita lepra- decían entre dientes y con lágrimas ahí, empañándoles los azules… ¡Carajo, así no debe morirse un poeta! En todos los instantes del Golfo, ese Golfo, su dulzura, amigo, confidente, porque, ya Cruz Salmerón Acosta no tenía nada que esconder. Y fue su extraordinaria merienda, néctar; huerto de inspiración y, sin quererlo, sonreía. Celebraba cualquier cambio de tonalidad o trama diferente de las aguas… “La melodía del sonido de alegre música de amor | alegre llega hasta mi oído | mas suena triste en mi interior.”

Hubo una mujer, un amor en sollozos aguardándole, Cordera, él le decía, en cada carta de amor y despedida… “A cada instante oigo que me llamas y soy feliz creyendo que no te cansas de suspirarme y nombrarme con el pensamiento. Cordera: no dejes que se marchite tu hermosura entregándote a una aflicción que no tiene razón de ser… Adiós”. Las velas, motores centrales y de popa, los remos y los horizontes, siempre partieron y regresaron con el poema de su vida. El también iba y regresaba en la inspiración del soneto de su castigada e ilimitada esperanza doliente, con todo ese vocerío sembrado en un desenlace que en cualquier momento haría de lágrimas la fisonomía de aquel pueblo que vivía muy pendiente de aquella terrible noticia. ¡Qué martirio el de esta soledad! Consumiéndose también como una lumbre de rincón en el bello añil de una lámpara de carburo. Así creo habérselo oído a Jesús Manuel “Chumaneque”, bajo la sombra de aquella recordada ranchería…

-“ Una suave cantora brisa peinaba las aguas azules retenidas del Golfo y sentíamos como un frío peliagudo en los huesos y en el alma. Los limos lavaban la orilla de la playa y nos decíamos, mal pitío; carajo, como que se quiere ir el poeta. Y se arrancó a llover y sin que nos lo dijeran ya lo sabíamos. El cuerpo nos lo dijo. Aquel malestar no era el de costumbre, no. Y el aguacero fue de todo aquel santo día 30 de abril del año 29. Y llueve. Y llueve… no pudimos ni recogerle ni llevarle las flores de nuestros jardines ¡Qué carajo! Con aguacero y todo, Manicuare, todo Manicuare enterró a Cruz María. 73 años ha de eso y como si hubiera sido ayer…” ¡Santas Palabras..!

Y no fue un sueño o una historia inventada. Fue una de las más terribles pesadillas que haya vivido pueblo alguno. Manicuare. La profunda pesadilla de este pueblo inconsolable. Vestido de tristeza y con el canto resignado de tunas, yaques y cardones ¡Y su mar, el del Golfo triste! En la xerófila tierra. Donde no le falta un crepúsculo y una Celedonia en la Cruz, de Cruz, su histórico cementerio…

-¡La Cruz de Cruz María Salmerón Acosta!

¿Azul?




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