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Canto a Altagracia: Patrimonio Cultural de Nueva Esparta
Toda una diversidad cultural tiene cabida en este enunciado, cuya misión no es otra que la del resguardo de la identidad que singulariza y distingue a las comunidades del planeta.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

12 Ene, 2018 |

"El tiempo inexorable pasó sin compasión, pero tú te anidaste, Altagracia, aquí en mi corazón".

Romelia Rodríguez

"Todo pasa y todo queda,/ pero lo nuestro es pasar,/ pasar haciendo caminos,/ caminos sobre la mar", dice la letra de Antonio Machado. La materia permanece, pero sabemos también que por la acción de eventos físicos se transforma constantemente; que el rostro de lo presente, transcurrido cierto tiempo, cambia de piel; lo que se conserva incólume es la música, el canto de los pueblos, cualquier otro atavismo étnico-cultural, vale decir, trasciende lo que carece de precio en el trivial comercio de los hombres. Con esa divisa por delante, la Convención de la Unesco para la defensa del patrimonio de la humanidad estableció que "El Patrimonio Cultural Inmaterial se constituye por los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural".

Toda una diversidad cultural tiene cabida en este enunciado, cuya misión no es otra que la del resguardo de la identidad que singulariza y distingue a las comunidades del planeta. En el "Canto a Altagracia", que arribó felizmente a su XXVIII edición, hay más que evidencias de una cultura que debemos proteger, garantizar su perpetuidad en aras de las futuras generaciones. Un pueblo de trabajadores, "echaos pa'lante" en jerga coloquial, dispuestos y solidarios desde tiempos inmemoriales, promueve con luces propias esa parte de su cultura que es expresión de una poesía popular que se engarza con solera y aire gentil a una variedad de géneros musicales tradicionales. Polo, Jota, Malagueña, Galerón, Estribillo, Sabana blanca, Zumba que zumba, Parranda, Vals, Gaita Llabajera, Jota carupanera, Gaitón, Punto del navegante, Pasaje, Motivo guaiquerí, entre otros, hacen gala anualmente en Los Hatos, de cuyas maderas emergen voces infantiles y juveniles que ejecutan con pasión, calidez y orgullo el canto.

No hay academia de canto en Altagracia; ni falta que le hace. Su espectro de voces es envidiable; allí cualquiera explaya versos y melodías con donosura; voces blancas como la de "El Tifón de las Antillas" (tres años), hijo del curtido cantautor José Ágreda. De las letras, ni hablar. De todos los estratos sociales, pescador, campesino, comerciante o artesano, poseen facultades innatas para componer, hecho notorio y particular que ha destacado en su libro Francisco Nené Villarroel: "Altagracia: pueblo de decimistas y decimeros". Dubis Gómez, Hortensia Rojas y Julia Rojas, tres columnas femeninas que sostienen este canto y que dicen mucho del papel de la mujer margariteña.




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