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¡Hasta el diálogo está caro…!
Después de una ronda más de "Ron Altagracia", producido en el pueblo por el juicioso talento de José Elías Alfonzo, vino el peltre resguardando la sabrosura de la pepitona, desde el mostrador del bar "La Competidora", regentado por Luis Marín, padre de la paciencia y protector de los pedidores del "fiao". Ya Héctor era un adelantado estudiante de la Escuela Normal "Miguel Suniaga", de La Asunción, y "Perrunga" seguía siendo el mejor sacador de langostas de la comarca...
Mélido Estaba Rojas

17 Ene, 2018 | El primer diálogo público que recordamos los jateros de la generación del "banco de Domitila" –allí, en la curvita de la plaza "Don Miguel Marín"- (que nadie sabe, por fin, quién era) fue el protagonizado por Héctor, el de Ramona, y Pedro "Perrunga" el del rincón del perro, en una tarde con pretensiones dominicanas, entre los lamentos amargosos de un perro que confundió media concha de coco callejera con una cabeza de corocoro. Su miopía le costó además del dolor de muelas, un coñazo que le lanzó "Toña" –con una horma- desde el ture donde tejía una clineja de moriche cañero para montar un par de cholas de tela gamuzada, encargo de "Momota", el inmortal muchacho de cualquier película mexicana de las que pasaban en el cine popular Altagracia.

Después de una ronda más de "Ron Altagracia", producido en el pueblo por el juicioso talento de José Elías Alfonzo, vino el peltre resguardando la sabrosura de la pepitona, desde el mostrador del bar "La Competidora", regentado por Luis Marín, padre de la paciencia y protector de los pedidores del fiao. Ya Héctor era un adelantado estudiante de la Escuela Normal "Miguel Suniaga", de La Asunción, y "Perrunga" seguía siendo el mejor sacador de langostas de la comarca, sin necesidad de careta u otros artificios para la zambullidera en El Morro y su entorno. Tal condición le confería el don de ser llamado y bienvenido a reuniones como aquella vacacional en la que se amorochaban bachilleres y aspirantes, a compartir experiencias de sus viajes y estudios en ultramar. Las manos juveniles apuntaron con acierto terrible hacia el plato y dejaron solo el caldo manoseado pero tentador, que se disputaron los muchachones a sorbos directos.

Cuando el pescador le extendió el plato al prospecto de educador, este lo rechazó con un gesto poco común en la hermandad de los compinches parranderos. "Perrunga", extrañado por la negativa, le preguntó la razón de su desprecio. El estudiante le respondió que no quería ese caldo porque ya estaba baboseado puesto que "tú te lo lamiste". Allí se originó el capítulo que anunciamos al comienzo de esta crónica, con las ponencias a medio gañote entre los contendores que no pedían libertad de presos, apertura de canales humanitarios, reconocimientos de asambleas o claridad electoral, sino el entendimiento en la repartidera del zumo pepitonero.

¿Me lambí yo la vaina esa?, Héctor –repreguntaba disgustado el zambullidor-. "Sí te lo lamiste, Pedro", retrucaba el bachiller. Hoy es igual lamer o lamber.




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