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La pulpería humanitaria
El párroco, Nicolás Espinosa, a quien Germán había servido como sacristán durante más de 30 años, jamás pudo convencerlo de la necesidad de que la pulpería generase siquiera ganancias mínimas para sostenerse.
Juan José Bocaranda E. | jjbocaranda@gmail.com

18 Ene, 2018 | Un amigo nuestro Germán Mendoza rectilíneo, trabajador y el colmo de la bondad, tenía en nuestro pueblo una pulpería única en su tipo, seguramente, y a nivel mundial. Y es que Germán no quería percibir ni un céntimo de ganancia por el expendio de las mercancías, por lo que las cuentas no le daban. Y no le hubiesen dado ni con el asesoramiento del mismo Barón Keynes.

El párroco, Nicolás Espinosa, a quien Germán había servido como sacristán durante más de 30 años, jamás pudo convencerlo de la necesidad de que la pulpería generase siquiera ganancias mínimas para sostenerse.

Señor Germán le dije una tarde. No puede seguir así. El padre está en apuros pues tiene que suplir la pulpería cada ocho días, y eso lo tiene quebrado; y él debe rendir cuentas.

-No, no, no. No puedo cometer el pecado de lucro porque ese abuso lo prohíbe la ley de Dios. Yo no estoy dispuesto a poner en riesgo la salvación de mi alma parando en el infierno, repleto de mercachifles usureros, ruines, malintencionados, despiadados y perversos.

No cedió. Y para completar el cuadro, salía a la puerta del negocio y convocaba a los transeúntes pobres, y les repartía gratis pan, arroz, maíz, plátanos, huevos, de lo que hubiese.

-Niños, niños. Aquí tienen unos caramelitos, y si quieren guarapo de papelón con limón, y galletas, pidan y se les dará, que en este país el hambre está que galopa, pero abundan la buena voluntad, las buenas intenciones, la solidaridad y el evidente deseo de arreglar las cosas.

El problema terminó cuando el obispo le quitó a Espinosa la parroquia y Germán tuvo que ser ingresado en un ancianato, donde murió seguramente en santa paz, como el ser humano rectilíneo, puro y hasta ejemplar que fue.

Advierto que esto no es un cuento: es la más pura realidad de mi pueblo, el Boconó de hace nada menos que 50 años. Tampoco es cuento sino la más abominable realidad, el superabuso de los comerciantes de aquí y de hoy que, a diferencia del señor Germán, quisieran arrancarles las manos y los brazos a los clientes, a dentelladas, aguijoneados por la más espantosa voracidad.

Con ley de precios justos o sin ley de precios justos, da lo mismo cuando no hay consciencia, buena voluntad ni consideración. En fin, cuando, comenzando por los funcionarios, no se tiene en cuenta la Ley Moral.

Ah, señor Germán. No eras un ser humano. Eras un ángel metido a pulpero.

Acostumbrado al Cielo, nunca te diste cuenta de que habías encarnado en la candela de este infierno...




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