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Qué soledad tan concurrida
Siempre ejerceré y defenderé mi derecho de palabra en el foro del mundo, y para ello no se requiere de nada material, sino de voluntad. Peor es el destino del anónimo elector, de los que aúpan miserias para congraciarse en lo amorfo de la masa que es, a fin de cuentas, lo que conviene al poder.
Ramón Ordaz / rordazq@hotmail.com

13 Abr, 2018 | Callar “por conveniencia” es una forma de renunciar a sí mismo que me parece deplorable. Es degradar, empobrecer, minimizar lo que somos. Es rebajar nuestra estatura moral ante quienes emperifollan la suya hasta el ocultamiento. La mayoría de las veces se calla por picardía, no por comprensibles razones de modestia.

Infaustamente la falsa modestia tiene a muchos plantados en el mismo lugar. Pareciera que la oportunidad hace guardia en la esquina y el próximo turno espera por nosotros. Tristes de aquellos que tienen vocación de sumisos o de los que no abren la boca para no desgraciarse, porque de ellos será el reino de los cielos, pero con patente de segundones en la jerarquía de los celícolas. Si las circunstancias lían mi suerte para que sea el primero de los condenados, vaya.

Siempre ejerceré y defenderé mi derecho de palabra en el foro del mundo, y para ello no se requiere de nada material, sino de voluntad. Peor es el destino del anónimo elector, de los que aúpan miserias para congraciarse en lo amorfo de la masa que es, a fin de cuentas, lo que conviene al poder. La muchedumbre, sabemos, ante el ideal tiene alas de Ícaro, y solo es efectiva allí donde la tempestad amenaza. ¿Tropelías? Una masa adocenada, en cautiverio permanente es la prédica universal de los totalitarismos para el ejercicio del “buen” gobierno. ¿Quién dice lo contrario? Todo pastor come y disfruta la vida porque tiene el control de su rebaño de ovejas. Igual en la política.

Los cabos desatados corresponde a una minoría que nació para tareas más sublimes pero que, al parecer, oh terrible planicie, resplandece por su ausencia. Entonces, ¿quiénes son los pastores? ¡cuáles las ovejas! Tal vez sea yo el confundido como el loco de Gibran Jalil Gibran. ¡Pero para dónde va tanta gente, Dios mío! Sin Mesías, sin rabinos, sin un Moisés o un David para el éxodo. ¿Van a curarse la mala conciencia?

Ernesto Renán me sale al paso para sentenciar mejor que yo con un juicio peyorativo del siglo XIX: “una clase poseedora que vive en un ocio relativo, que presta pocos servicio públicos, y que, no obstante, se muestra arrogante como si poseyera por derecho de nacimiento y como si los demás tuvieran también por nacimiento el deber de defenderla, una clase como esta, digo, no poseerá por mucho tiempo”.

Y era monárquico Renán. ¿Estás así, Castro Salerno? Explayo la vista en mi rincón de ermitaño buscando otro tipo de salvación. ¿De dónde saca la gente eso de que San Antonio y Santa Inés son los abogados de las cosas perdidas? Yo rogaba a los santos, ahora ruego por ellos, por esa orfandad que viven en las iglesias. Ojalá, patroncita mía, que tantos “jodíos” errantes por las barriadas del cielo consigan el descanso para sus pesares, que sus oraciones reviertan la pesadilla de hoy, y no ocurra aquello que nos dejó Andrés Eloy: “si pasó la comisión y le dejó el corazón como capilla sin santo”.




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