Porlamar
19 de abril de 2024





EL TIEMPO EN MARGARITA 28°C






¿Cuándo te vienes a Panamá?*
Por estar mandando mensajes en el autobús, con estos frenazos y con este calor que no es normal, me mareo un poco. El chofer vuelve a detenerse y a mi lado se sienta una casi niña convertida en mamá, con su hijita de unos tres años.
Dalal El Laden / http://dalalelladen.blogspot.com

8 Jun, 2018 | “No va a pasar ningún autobús”, “hay paro de transporte”, “no hay repuestos”, “tanto los autobuseros como los taxistas están cansados”, “esto ya no se aguanta”, “no hay nada”, “no están dejando que la gente trabaje”, “y ahora cómo le hacemos para llegar”, “ya pasó mucho tiempo y no pasa ni uno”, “ya ni podremos llegar a tiempo con el doctor”, susurran la abuelita y su nieto adolescente.

Me subo al autobús. Son casi las nueve de la mañana. “Ya es bien tarde”, repite el sudor sobre mi frente. Hoy amanecí con malestar general, y el tiempo que estuve en la parada me ha puesto peor. Respiro profundamente cuando veo que hay un asiento para mí. Sólo tengo fuerza para pedirle a Dios que no me enferme. “Ya no se consigue el multivitamínico que yo tomaba, esa empresa también se fue del país. Lo bueno es que hallé vitamina B y C, y a ver cuándo encuentro las demás que necesito”, le escribo, por WhatsApp, a mi amiga de toda la vida, a quien extraño mucho porque hace cinco meses se mudó a Panamá. “Dios, ayúdame, no tenemos medicamentos, no me puedo enfermar, lléname de salud”, repite el sudor que ya cae sobre mis hombros.

Por estar mandando mensajes en el autobús, con estos frenazos y con este calor que no es normal, me mareo un poco. El chofer vuelve a detenerse y a mi lado se sienta una casi niña convertida en mamá, con su hijita de unos tres años. Ahora todo mi malestar se concentra sobre mi frente, específicamente sobre mis cejas, como apuñalándolas, lo que casi no me permite abrir los ojos, sin embargo, por segundos, siento que todo mi dolor se esfuma cuando mi vista se hunde en el helado que la niña lleva, con un cuidado que me sorprende, en sus manos. Recapacito en que tenía como un año sin ver esta rica barquillita de mantecado cubierto de chocolate y nuez. Como a todo al que veo con leche, harina, mayonesa, papel higiénico, margarina, toallas sanitarias, desodorante, jabón, afeitadoras, champú, caraotas, lentejas, garbanzos, salsa de tomate, pasta y arroz, le pregunto dónde encontró el producto, estoy a punto de preguntarle a la mamá dónde consiguió esta deliciosa barquillita, pero en este mismo instante, así de repente, la niña, como sospechando sobre mi gran antojo, me ve, ve su helado, lo protege aún más, se lo acerca más y más a la boca y, sonriendo con un ligero aire de malicia, sin dejar de verme, grita “¡mío, helado, mío, mío!”.

“Quién sabe a qué hora llegaremos a la cita con el doctor”, “lo que estamos viviendo en este país parece una pesadilla”, “la verdad es que esto no puede seguir así”, la abuelita y su nieto adolescente siguen susurrando mientras me envuelve el deseo de quejarme con el autobusero; de reclamarle por haber permitido que la niña entrara con un helado que amenaza con ensuciar mi recién lavado y planchado pantalón, pero llego a mi destino, me bajo y siento que este calor, que no es normal, terminará desmayándome. Recuerdo la exquisita barquillita y esto calma la puñalada sobre mis cejas. Entro a la panadería, pido agua potable y me dicen que sólo hay té con limón. Tomando el té, camino hacia la oficina y, para no sacar el celular en la calle, espero hasta llegar a ésta para escuchar el mensaje de voz que mi amiga me ha enviado, también por WhatsApp. El cliente me espera en la puerta, me sonríe, le sonrío. Reconozco a la abuelita y a su nieto; caminando con mucha prisa, ella casi me roza el brazo, pero ninguno me ve; alcanzo a escuchar lo que continúan susurrando. El cliente y yo seguimos en la puerta. Él ahora sonríe al observar mis manos: una de ellas con un ya caliente té con limón. Le digo que no encuentro la llave de la oficina y le sonrío y me habla y creo escucharlo, sin embargo, el sudor, que sigue cayendo sobre mis hombros, ahora sólo repite la pregunta de ayer, que es la misma pregunta de hoy, de mi amiga de toda la vida, al mismo tiempo que sigo buscando la llave.

Porlamar, 24 de septiembre de 2015.

*Del libro Hasta donde me permita la vida, de ensayos y relatos, de Dalal El Laden.




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