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Fútbol
Ahora, en lugar de caerse a bombas, los países europeos se caen a goles y drenan su espíritu de competencia en los campos deportivos y no en los campos de batallas.
Eduardo Fernández | @EFernandezVE

16 Jun, 2018 | Ayer comenzó el Mundial de fútbol. El mundo entero se paraliza por un mes para disfrutar de la competencia de los grandes equipos de todos los continentes. El fútbol es una maravilla.

En Europa, cada cierto tiempo, los países más civilizados de la Tierra se dedicaban al deporte salvaje de la guerra, a matarse entre sí.

Por una comprensible curiosidad, un día decidí consultar la hemeroteca del diario El Universal para enterarme de qué decía ese periódico el día en que yo nací: 18 de octubre de 1940. La información en primera página daba cuenta de que una de las naciones más civilizadas del mundo, Alemania, el país de Schiller y de Beethoven y de Goethe, se dedicaba a arrojar bombas mortíferas sobre la capital de otro de los países más civilizados, Inglaterra, el país de Shakespeare, de Milton y de Dickens. Bombas que asesinaban inocentes y destruían civilizaciones.

Eso que ocurría en octubre de 1940 tenía sus antecedentes en la Primera Guerra Mundial que se libró entre 1914 y 1918. Es decir, cada cierto tiempo, los países europeos, las naciones más civilizadas del mundo, se dedicaban al siniestro deporte de destruirse entre sí.

Ahora, en lugar de caerse a bombas, los países europeos se caen a goles y drenan su espíritu de competencia en los campos deportivos y no en los campos de batallas.

Hemos avanzado una barbaridad. Todavía vivimos bajo el temor de que en alguno de los países que posee armas atómicas surja algún estadista irresponsable que despierte los demonios de la guerra. Son muchos los lugares de la geografía universal que hoy, mientras escribo estas líneas, sufren los horrores de la guerra. Son muchas las ciudades arrasadas, las familias destruidas, los niños asesinados por causa de la violencia.

Ojalá el diálogo entre Trump y el dictador de Corea del Norte produzca resultados positivos para la paz.

Por eso tenemos que saludar como una señal de civilización que, por lo menos por un mes, el mundo esté atento a las incidencias de una competencia deportiva en la cual, en lugar de bombas de destrucción, habrá goles y jugadas fantásticas. No presumo de experto en el fútbol.

Yo lo que sé es que pienso disfrutar de ese campeonato mundial y que mi corazón estará con los equipos latinoamericanos: Argentina, Brasil y Colombia. Y por razones comprensibles, entre los europeos estoy de todo corazón con la selección de España. Extrañando a los italianos y temiendo a los alemanes.

Un comentario final: creo que el mundo le está debiendo una copa Mundial a Messi.




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