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La pedagogía sensible y sus implicaciones entre lo racional y emocional
Las ideas que se quedan ancladas en el frío entender de la razón, tienen poca fuerza. Pero si se acompañan del sentimiento profundo y cálido se transforman en ideas fuertes. Solo los que son capaces de sentir vivamente y de unir sentimientos a las ideas, son los capaces de hacer grandes cosas.
Lidia Salazar Yndriago | Lidia_salazar05@hotmail.com

19 Jun, 2018 | La pedagogía debería conducirse sobre un proceso de formación de nuevos valores y actitudes constructivas. Sería ilógico educar sin formar conciencia. No se trata de impartir simples valores en nuestra práctica pedagógica. Más bien se trata de sembrarlos y cultivarlos en el día a día.

Para ello, es necesario partir de un conocimiento abrazado por la subjetividad, potenciar los talentos que todos poseemos y convertir en retos de superación las debilidades y problemas. No podemos olvidar que la mayoría de nuestros errores y fracasos provienen del querer ser lo que no podemos ser, de querer aparentar lo que no somos, de tapar con cosas materiales y vanas el vacío del corazón.

Asumir la pedagogía sensible implica también que los docentes internalicen que su trabajo educativo está implícito en el recreo, el deporte, el arte, la pintura, la música, la cultura, la participación ecológica. Estas actividades tienen una magnitud educativa más profunda que el trabajo en el aula. Estas actividades fortalecen la personalidad y el sentido de pertenencia. Desarrollan la sensibilidad, la creatividad, el goce estético porque son las que alimentan el espíritu y marcan a las personas durante su existencia, pues toda formación supone una transformación del ser y del quehacer pedagógico.

Las ideas que se quedan ancladas en el frío entender de la razón, tienen poca fuerza. Pero si se acompañan del sentimiento profundo y cálido se transforman en ideas fuertes. Solo los que son capaces de sentir vivamente y de unir sentimientos a las ideas, son los capaces de hacer grandes cosas. El sentir hondo y puro es el mejor despertador del interés y de las fértiles realizaciones.

Uno de los aciertos de la pedagogía sensible es reivindicar una mayor atención educativa para las capacidades, a menudo excluidas del sistema escolar, por ejemplo, las actitudes interpersonales. Frente a la degradación del conocimiento y a la superficialidad de la escuela, ha de levantarse fértil la auténtica inteligencia humana permeada por la sensibilidad, impulsada hacia el progreso social y cultural. El ser humano es estructura integrada, por lo cual no son admisibles los planteamientos que separan lo cognitivo de ese propio ser humano.

Es necesario insistir en que la inteligencia no opera de manera independiente de la personalidad. Igualmente, todos tenemos necesidades, intereses, sentimientos que es preciso conocer para comprender el comportamiento cognitivo. Estudiar la inteligencia sin tener en cuenta la situación personal conduce a una visión parcial del proceso cognoscitivo. Tal vez por ello, algunos investigadores han adoptado una perspectiva errónea, ya que confían plenamente en el análisis y evaluación de aspectos racionales, dejando pasar por alto la dimensión afectiva y del entorno.

La escuela actual tiene ante sí el reto de educar armónicamente, tomando en cuenta las diferencias individuales y las dimensiones de la personalidad, es decir, humanizar el proceso para garantizar el progreso del aprendizaje no solo en el conocimiento, sino también en la formación ciudadana.

Las implicaciones en lo racional y emocional se extienden sobre las diferentes situaciones humanas y experiencias que repercuten en todos los aspectos de la vida familiar, laboral, social, cultural y académica. Es pertinente cultivar estas dos implicaciones por más que se tengan habilidades cognitivas. La vida nos muestra ejemplos de personas muy inteligentes, que en momentos decisivos, les cuesta colocarse en lugar de los demás, no reconocen las situaciones anímicas y no saben expresar sus sentimientos. Sin embargo, otras personas que tienen bajas calificaciones en las tradicionales evaluaciones intelectuales, se muestran equilibradas y manifiestan una inclinación afectiva hacia los otros, tienden a conmoverse espontáneamente con los sentimientos de nuestros semejantes.

Se requiere de una pedagogía sensible que valore sus aspectos emocionales en un contexto racional, para avizorar el horizonte de lo real y posible donde se conjuguen de manera fecunda y armónica el conocimiento, el total convencimiento de la bondad, la toma de conciencia, el análisis crítico de la realidad en que vivimos y la lucha por lograr un mundo más justo y de una convivencia más fraterna, más solidaria y profundamente humana.




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