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¿Querrá el país irse a la guerra?
Todo lo que conduzca a un brete, cualquiera sea su anchura, tiene que ser evitado por los mandatarios. Medir cada movimiento dentro y fuera de las cancillerías y las salas situacionales, es perentorio. Lo prioritario a vencer es la guerra de micrófonos.
Ángel Ciro Guerrero/ angelcirog@hotmail.com

19 Jul, 2018 | De verdad, ya el presidente alarma con sus llamados a estar vigilantes para defender la patria. Ha denunciado que Colombia, siguiendo directrices del imperio, estaría forjando falsos positivos que justifiquen la declaratoria del conflicto. Uno de sus casandros, que de tiempo en tiempo anuncia catástrofes, acaba de declarar que Maduro bombardearía los puentes del hermano país que lo enlazan con Venezuela. Además de merecer prisión por divulgar secretos y estrategias, a este propiciador de enredos debe obligársele a ser prudente por lo menos. Otro tanto con Padrino, quien prácticamente ha dicho que seremos invadidos. Así de sencillo. Así de grave. Jugar a la guerra es asunto serio. Sobre todo, hoy cuando no se jalan gatillos sino se aprietan botones.

Y, a riesgo de recibir por respuesta cualquier clase de epítetos, vale la pena preguntarse si de verdad a la nación y a su pueblo le interesa una confrontación que, nadie sabe, cuál sería su dimensión y resultados. Civiles y soldados muertos, aparte, ver al ministro de la Defensa de Venezuela entrando triunfante al Palacio de San Carlos, en Bogotá, abriéndole camino a un presidente Maduro henchido de emoción y patriotismo, no sería triunfo sino tragedia. O al revés, que el ministro de la Defensa de Colombia sea quien abra las puertas del Palacio de Miraflores, para que entre el presidente Duque.

Todo lo que conduzca a un brete, cualquiera sea su anchura, tiene que ser evitado por los mandatarios. Medir cada movimiento dentro y fuera de las cancillerías y las salas situacionales, es perentorio. Lo prioritario a vencer es la guerra de micrófonos. Sus declaraciones irresponsables y tremendistas solo buscan mostrarlos guapos. Esa es la más peligrosa de las confrontaciones. Porque exacerba. Despierta odios dormidos. Para los jefes de Estado su inescapable obligación es imposibilitar al extremo que los dos escenarios puedan convertirse en realidad. Y, desde luego, se reitera, consultarles a los ciudadanos si están dispuestos a irse a la guerra detrás de quienes no quisieron evitarla.




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