Porlamar
23 de abril de 2024





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15 de agosto de 1498
El tema de la identidad neoespartana, de la margariteñidad, es una de las grandes tareas pendientes de nuestra sociedad insular. A 520 años de la llegada de Colón y a 201 del zarpe definitivo de Morillo, tenemos que reconciliarnos con nuestra herencia hispánica.
Manuel Narváez

15 Ago, 2018 | Veinte años atrás celebramos los 500 años del “Avistamiento de Margarita”. El término “Avistamiento” fue el resultado de una intensa y muy viva discusión entre quienes preferían conservar la expresión clásica, pero con pesado sesgo eurocentrista, “Descubrimiento de Margarita”; y quienes, en un límite extremo, sostenían que no había nada que celebrar puesto que aquella fecha marcó el inicio del violento y traumático proceso de implantación de la cultura hispánica en esta parte del mundo.
Quienes llevaron la voz cantante en aquella discusión: Pablo Ramírez, el maestro Subero, Felito Gómez, Régulo Hernández; encontraron en “Avistamiento” una solución de compromiso que, aunque no resuelve la cuestión de fondo (el tema de nuestra identidad: ¿Quiénes somos? ¿Dónde pertenecemos?), fue suficientemente equilibrada para que los neoespartanos participáramos civilizadamente en la conmemoración del momento decisivo en nuestra Historia en el que Cristóbal Colón navegó por el estos mares y nos nombró Margarita.
El tema de la identidad neoespartana, de la margariteñidad, es una de las grandes tareas pendientes de nuestra sociedad insular. A 520 años de la llegada de Colón y a 201 del zarpe definitivo de Morillo, tenemos que reconciliarnos con nuestra herencia hispánica. Tenemos que entender y aceptar que no somos guaiqueríes virginales, somos también españoles y, además, africanos. Somos neoespartanos.
De igual manera tenemos que entender que la ola inmigratoria que produjo el boom económico del Puerto Libre ha tenido un impacto sobre la identidad margariteña que, salvando las distancias y respetando las proporciones, puede ser comparado cualitativamente con el que produjo la llegada de los españoles hace 500 años. Junto con las formas culturales originales, actualmente coexisten nuevas maneras de ser margariteño; por ejemplo hoy viven en Nueva Esparta caraqueños-margariteños, árabes-margariteños, guaireños-margariteños, europeos-margariteños.
Esta realidad exige la facilitación de procesos de redefinición e integración que neutralicen los radicalismos chovinistas (mi querido amigo Chucho Irausquín, con raíces curazoleñas, pero neoespartano como el que más, me ha comentado las situaciones incómodas que ha vivido cuando algún ayatolá trasnochado del integrismo margariteño cuestiona su pertenencia y arraigo). Por supuesto, quienes han llegado deben desplegar una generosa amplitud de espíritu para entender, valorar, respetar y engrandecer con sus aportes, los modos del ser y hacer margariteño.
Es necesario el rescate de la identidad margariteña. Pero ese rescate no significa un regreso al pasado; por ese camino llegaríamos a los bosques y cavernas de Abisinia, de donde salió Lucy, la australopithecus, nuestra abuela originaria. La identidad, definitivamente, no es el regreso al pasado, sino la evolución a partir de él, entendiendo, aceptando, adoptando y perfeccionando los cambios que la vida misma va produciendo. La identidad no es una estructura marmórea, inmutable; sino un ir siendo a partir de un pasado que se comparte y en el que nos reconocemos con orgullo.




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