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El vaso roto* El vaso representa las estructuras que nos permiten ponernos de acuerdo, compensar y equilibrar las fuerzas, contener los excesos de soberbia, de abuso, los delirios de grandeza y eternidad. Dalal El Laden / ladendalal@hotmail.com
6 Oct, 2018 | A continuación transcribiremos parte de “El vaso roto”, ensayo de Federico Vegas, publicado -el pasado 11 de septiembre- en PRODAVINCI: Dentro de un par de horas tengo una cita con el dentista (la palabra odontólogo me aterra) (…) Para destensarme leo un poco al azar y encuentro una fábula titulada (…) “El vaso roto”. Voy a tratar de resumirla en el poco tiempo que me queda, aprovechando que rozar la sierra me pone, al menos en apariencia, meditativo y filosófico. El “Vaso roto” es un cuento anónimo y medieval que trata de dos hombres de una aldea. Uno de ellos, que llamaremos “R”, tenía un vaso de buen vino lleno hasta el tope y el otro, que llamaremos “T”, le decía: —Vamos a compartirlo, mira que son uvas de nuestra viña. R buscó la solución más simple para zanjar la cuestión. Se bebió el vino y le dijo a T: —Se ha derramado. Debe ser culpa de algún violento envidioso y cizañero. A lo que T respondió: —Ya que está vacío, vamos a compartir el vaso que es de un cristal muy valioso proveniente del sílice y el níquel de las minas de la aldea y moldeado en nuestros hornos. Cuando las peticiones y reclamos de T se hicieron insoportables, R decidió acabar con la discusión y la posibilidad de compartir. Rompió el vaso en cien pedazos y le dijo a su vecino: —Vinieron las tropas del Emperador y lo destrozaron. Con este acto, T perdió toda esperanza y dejó de molestar. Lo que T ignoraba es que desde el principio esa era la intención de R. Sin el vino y sin el vaso podía apoderarse del negocio que más le interesaba: vender los despojos, los fragmentos. Claro que el negocio de producir vino y vasos era una posibilidad interesante, duradera, pero había que llegar a acuerdos y unir voluntades. Más eficaz y rentable era fracturar y vender lo que ya había, agarrarse toda la ganancia y luego marcharse de la aldea. Esta fábula me recuerda a Venezuela y a quienes han acabado con el contenido y el contenedor de nuestro patrimonio. Ese vino derramado no es solo la sangre de los jóvenes que han muerto enfrentándose a una fuerza desproporcionada, incluye a aquellos cuyas vidas han envenenado con reclusiones vejatorias e indignas que dejan una huella permanente. Y es también la alegría de vivir y la emoción y la fe creadora de millones, tanto los que se van como los que no logran irse y los que no conciben abandonar el país que una vez nos enseñó a darle la bienvenida al mundo y nunca a decirle adiós a nuestros hijos. El vaso representa las estructuras que nos permiten ponernos de acuerdo, compensar y equilibrar las fuerzas, contener los excesos de soberbia, de abuso, los delirios de grandeza y eternidad. Es tan beneficioso e iluminador sentir que el país te acoge, te contiene con justicia, te protege, te integra, te respeta, te escucha, te da seguridad, te ayuda a compartir, a salvaguardar, a dejarlo mejor de lo que lo encontraste, a darle un destino y un epicentro a tu familia, a ser fisiológicamente un venezolano, pues en él cumples tu funciones vitales, y no pertenecer a tu patria solo de alma, pensamientos y una melancolía tan agotadora como fanfarrona e inútil. Sobre los despojos y los fragmentos basta con ver una industria petrolera que se carcome y decrece mientras sigue haciendo multimillonarios en una élite, o la extracción de minerales que acaban con nuestra naturaleza más profunda, o la industria de la droga, el negocio más ajustado a la doctrina de los vasos rotos y los despojos. Este gobierno le ha entregado a la historia de la humanidad no solo un ejemplo de autodestrucción, esgrime también una posibilidad aún más terrible y peligrosa: pretende demostrar que una manera de apoderarse enteramente de un país es hacerlo irrecuperable, despreciable, al punto que la inmensa mayoría opuesta a ese plan macabro diga extenuada: “Ya no hay remedio”, y sea en ese último suspiro donde busquemos la paz. *Referencia:
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