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“¡Tierra a la vista!”
Ese encuentro de dos mundos, con todas las implicaciones, consecuencias, legados y pare usted de contar, trajo a este lado de nuestro continente sur algo que no debe olvidarse porque, quién lo duda, la corrupción no es asunto reciente sino de antiquísima data. Su primera manifestación fue a bordo.
Ángel Ciro Guerrero angelcirog@hotmail.com

12 Oct, 2018 | Por muchos años más continuará la gente preguntándose si fue el Almirante o Rodrigo de Triana el primero en avistar esta tierra con razón bautizada por el propio Don Cristóbal como la verdadera Tierra de Gracia. Fue maravillosa en todo sentido esa formidable aventura, aunque la bitácora se equivocara a favor nuestro, porque en realidad la ruta trazada era hacia las indias orientales y resulta que las tres naos, La Pinta, La Niña y La Santamaría, terminaron recalando en las indias occidentales, en 1492.

Claro, en su tercer vieja, se aproximó a Paria, y en esa costa fue a Macuro que vieron sus ojos, un tanto enfermos, quedando para la historia como el primer lugar de tierra firme que conquistaba Europa, el viejo mundo, que representaba España.

Ese encuentro de dos mundos, con todas las implicaciones, consecuencias, legados y pare usted de contar, trajo a este lado de nuestro continente sur algo que no debe olvidarse porque, quién lo duda, la corrupción no es asunto reciente sino de antiquísima data. Su primera manifestación fue a bordo.

Desde Puerto de Palos, allá en la Península Ibérica, Colón había dicho a su marinería que Doña Isabel, La Reina, prometía una buena suma de maravedíes al primer tripulante que descubriera tierra. Y dicen las malas lenguas que el Almirante, por serlo, le quitó el mérito y la plata a Rodrigo, vigía.

Dio explicaciones, y como Las Cuentas del Gran Capitán, haló las brasas para su sardina, naturalmente. Aseguró estar despierto esa madrugada, mirando la mar, mientras pensaba en la grandeza que le había resultado su odisea, cuando observó ese punto, y que no lo gritó por estar enfermo, mientras Rodrigo sostenía exactamente lo contrario indicando, y con testigos, que esa toda esa noche él había sido el vigía, desmintiendo la afirmación de El Gran Navegante.

Dimes y diretes entre ambos personajes durante todo el viaje de regreso; que los continuaron en la Corte, mientras corrían como pólvora los entretelones de la jugada. En todas partes, desde las tascas en puertos hasta los majestuosos salones en castillos y palacios, el chisme fue comidilla diaria durante mucho tiempo.

Que si fue Colón o fue Rodrigo, la historia registra al segundo, y al primero le encasqueta la acción vil. Lo cierto es que en ese hecho tan importante hubo dolo indudable. No le resta importancia, por supuesto, como suceso histórico, pero sí marcó, hasta el día de hoy que, además de espejitos, los descubridores por igual desembarcaron toda clase de apetitos.

Sea necesario decir que El Descubrimiento como tal cobró tanta importancia que, desde luego, el asuntico aquel de la mordida pasó a un segundo plano. Era natural, puesto que allá nunca habían visto ni gente ni riquezas provenientes de acá.

Tenía razón Colón cuando en su relación de viaje describía lo visto, que muchos, muchos años después, corroboraría el sapientísimo Barón de Humboldt y tan cantado por poetas, historiadores y tan exhaustivamente analizado sobre si a lo largo de los siglos transcurridos fue o no beneficioso.

Lo interesante es que, entre muchas cosas negativas, que las hubo en abundancia, y a todos los niveles, la corrupción estuvo entre las primeras de las acciones malas que los descubridores nos dejaron. Desde entonces, ¿quién puede negar que no esté presente en cualquiera de los intersticios de nuestra sociedad, y que se haya ido agigantando de tan pernicioso modo que, por ejemplo, nuestro país ha llegado a figurar entre las naciones más corruptas de todo el globo terráqueo?




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