Porlamar
20 de abril de 2024





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La delincuencia se enseñorea en nuestras islas
Como dato, a comienzos de los 90 se contaban en Nueva Esparta unos 50 homicidios anuales, que todavía parecían demasiado para la proverbial tranquilidad margariteña
Carlos Villalba Luna Villalbaluna@gmail.com

30 Oct, 2018 | Cuando Hugo Chávez arribó al poder, muchos margariteños pensaron que por su condición de militar, la delincuencia iba a ser puesta a raya, al estilo Marcos Pérez Jiménez, como añoraban viejos coterráneos. Pasó el tiempo y nada. Con Carlos Mata Figueroa, se revivieron las esperanzas, por cuanto enarboló como campaña la inacción de Morel Rodríguez contra el hampa. Otra vez la ciudadanía se entusiasmo con la factibilidad de una Margarita más tranquila; sin embargo, el ofrecimiento se quedó en eso, en solo promesa.

A Mata Figueroa, por lo nociva de su gestión, que hasta los propios chavistas le dieron la espalda, lo sacó del poder Alfredo Díaz. Otra vez reapareció entre todos los insulares –porque en Coche tampoco se vive con sosiego- el anhelo por un gobierno que pusiera en los palitos al bandidaje. Pues bien, no había Alfredito empezado a calentar la silla asuntina, cuando desde Miraflores, por medio del Ministerio de Interior y Justicia, lo despojaron de la competencia de mandar la Policía de Nueva Esparta, y ni un agente le dejaron para cuidar la entrada de la gobernación.

La pérfida decisión del ejecutivo nacional ha empeorado la situación criminal en nuestros lares. No se ven patrullas en la calle porque poco existen y muchas están fuera del combate al hampa por falta de cauchos, baterías y repuestos. El mismo camino corren las motocicletas y las bicicletas “policiales”. Tampoco cuentan los efectivos con radios para sus comunicaciones, y ya nadie se acuerda tampoco de los promocionados cuadrantes de paz.

Solo basta un paneo a los diarios y portales locales, para ver que cotidianos delitos, de variada tipificación jurídica, no discriminan entre pobres y pudientes. Nadie está a salvo de la criminalidad, ni fuera ni dentro de sus hogares, y hasta en el mar los pescadores tienen que lidiar con delincuentes en su diario faenar. Y ni hablar del hacinamiento de presos en las bases policiales de Margarita y Coche, bomba de detonación pausada, porque a cada rato se fugan malhechores que ponen en zozobra a la comunidad.

Como dato, a comienzos de los 90 se contaban en Nueva Esparta unos 50 homicidios anuales, que todavía parecían demasiado para la proverbial tranquilidad margariteña. No existía registro memorial de crímenes sonados, y solo se recordaban los casos de Roraima y de Víctor Lo Trugio. La primera, una muchacha juangrieguera de 16 años, tiroteada por activistas adecos en Boca del Río, en una caravana de Jóvito Villalba en 1963; y el segundo, un comerciante de renombre en Porlamar, dueño de la Zapatería Italia, asesinado en su establecimiento en 1969, por un sucrense con apenas dos días en Margarita, en un incidente en el que por vez primera se escuchó hablar en nuestra tierra de sicariato.

“Eso es historia, tiempos pasados”, dirán algunos. Y es la verdad, pero son referencias importantes del delito en la región, máxime ahora, cuando Margarita y Coche viven atemorizadas por el hampa; los vecinos se salvaguardan más temprano en sus casas, y sólo algunos osados o locos se atreven a dejarse ver en las noches. Ya no existe el miedo a encontrarse con el fantasma de El Tirano Aguirre, con la Chinigua o con el mismísimo diablo hediondo a azufre; ahora es con cualquier Pedro Navaja o con su primo Juanito Alimaña.




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