Porlamar
23 de abril de 2024





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Las vainas de “Ñanga”
Tomaba religiosamente cada mañana su pecoro de café con una buena porción de “Ron Chelía” y disfrutaba comiendo frijol con papelón.
Mélido Estaba | Rojas/melidoestaba@gmail.com

25 Nov, 2018 | Eustacia González y Simplicio Rojas tuvieron ocho hijos: Leonarda (mi progenitora) Marcelina, Magdalena y Carmen; Ernesto, Simplicio, Nicolás y Domingo. Por esas malas costumbres ancestrales de los margariteños, a mi abuela siempre le dijimos “Ñanga” hasta el día de su despedida, cuando ya había vivido algo más de cien años y seguía fina de razonamiento, con su lengua sanita para decirle la verdad a la gente en su cara.

Tomaba religiosamente cada mañana su pecoro de café con una buena porción de “Ron Chelía” y disfrutaba comiendo frijol con papelón. Algunos mamadores de gallo de Altagracia comentaban que iban a tener que enterrarla viva porque no quería morirse, mientras ella se ajustaba el refajo y exclamaba: ¡Yo me muero cuando me de la gana, porque no le estoy pidiendo de comer a ninguno!

Era un mujer alta y fuerte, reservada y autoritaria, observadora y convincente. Vivía en su casita en una esquina de la plaza, frente a la iglesia y haciendo una línea caprichosa con el bar “La Competidora”, atendido por Luis Marín. Tuvo cerca de ochenta nietos, que regaron los genes de la familia por esos mundos, entre los que adoptó y crió a José Ramón –mejor conocido como “Cherra”- como un hijo más. Este primo siempre destacó por su inteligencia y perseverancia, se distinguió como dirigente estudiantil de aquellos años buenos en “Cerro Colorado”, donde se levantó “La Casa más alta”, como fue bautizada la ilustre Universidad de Oriente. Regresaban los adecos del exilio a vivir la naciente democracia, y el doctor Luis Manuel Peñalver hizo su proposición creadora ante el presidente Betancourt, con dos condiciones: que el rectorado estuviera ubicado en la primogénita del continente, y que él fuera su primer rector.

Al presidente lo conquistó la idea, que recientemente superó los 60 años como una excelente realidad.

Con el sacrificio propio de los que se abren paso en busca del triunfo, “Cherra” batalló entre las marejadas de la vida, alcanzando su licenciatura en Administración, coronando como buen profesional y docente universitario. La graduación del joven alborotó al pueblo y se propagó el entusiasmo de celebración, especialmente por los lados de la plaza, donde vecinos y agregados voluntariosos ante el brindis fecundo, compartían esa emoción inminente del grado universitario. Lo malo –digo yo- fue que entre sancochos y rondas, cumplimos cinco días de parranda declarando en turno permanente a “La Competidora”.

Ya a “Ñanga” no le estaba gustando mucho el asunto, de tal forma que empezó a dar muestras evidentes de su desacuerdo con la prolongación del bochinchito, en el que participábamos por lo menos treinta nietos.

Ante la amenaza que nos acercaba al final del festín, pues “Ñanga” venía de nuevo al ataque, los primos en tumulto la rodeamos con abrazos y halagos de borrachos, y uno de tantos le dijo: “Ñanga”… ¿Qué siente usted cuando este montón de nietos, que somos sangre de su sangre, la abrazamos con tanto cariño?. Y la vieja, afinando la nariz, respondió: Que ¿qué siento?… ¡Ay mijito, yo lo que estoy sintiendo ahorita, es una jediondez a ron que no la aguanto!




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