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Vamos bien, ¡Muy bien!
Los gobiernos anteriores, sí, creo que hubo, ¿o no?, claro que hubo gobiernos anteriores, fueron permisivos al dejar puerta franca para que esa basura se expusiera a la venta en los anaqueles de kioscos y librerías.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

6 Abr, 2019 | Gracias a que ya no quedan kioscos donde antes se expendía toda suerte de periódicos, gacetas, diarios, revistas y revistillas, semanarios, libros nacionales y extranjeros, estos últimos traídos a nuestra tierra por las editoriales del capitalismo salvaje para corromper la mente del incauto venezolano que compraba las ofertas encartadas en las publicaciones periódicas, sin saber que no era más que ideología de contrabando, literatura dañina. Imagínense títulos como “Memoria de mis putas tristes”, “La tía Julia y el escribidor”, “El obsceno pájaro de la noche”, “El mono gramático”, “La vuelta al día en ochenta mundos”, “Detectives salvajes”, “El lobo estepario”, y dejemos hasta aquí la cita de tantos ejemplares que contribuyeron a corromper a nuestros jóvenes al sembrarles ideas perversas y sucias sobre lo que es y debe ser la humanidad.

Los gobiernos anteriores, sí, creo que hubo, ¿o no?, claro que hubo gobiernos anteriores, fueron permisivos al dejar puerta franca para que esa basura se expusiera a la venta en los anaqueles de kioscos y librerías. Gracias a la sana y depurativa gestión educativa de los gobiernos posteriores, ¿hubo gobiernos posteriores?, esa literatura grosera y pornográfica ya no circula en nuestro adecentado país, aunque es urgente llevar a cabo una tarea de limpieza en las bibliotecas públicas, porque he visto muchos libros como los citados arriba que se esconden tras los aparadores de estas instituciones donde reposan y duermen libros, las que habrá que expurgar para descontaminarlas de una buena vez, ya que allí asisten niños y jóvenes, quienes, al tener libertad para acceder a las estanterías ponen en peligro su buena conciencia de hombres nuevos al toparse con títulos como “Persona non grata”, del traidor chileno Jorge Edwards, o el de otro coterráneo suyo que escribió un libro intrigante y resentido titulado “Confieso que he vivido”.

En esas bibliotecas he visto también algún viejo sonreído leyendo esa cochinada llamada “El Satiricón”, de un tal Petronio; a otros los he cogido in fraganti gozándose las vulgaridades que escribió el siglo pasado un maníaco sexual que lleva por nombre José María Vargas Vila. No pude evitar sonrojarme de vergüenza cuando en un rincón una bibliotecaria, ¡fin de mundo!, leía “El inquieto Anacobero”, de Salvador Garmendia. En vísperas de esos festejos que realizan anualmente dedicados a esas criaturas de papel, es oportuno llamar la atención sobre el particular, porque una buena parte de ellas llevan el sello inequívoco de traición a la patria, lo que es inadmisible ante la impoluta estela de los hombres que, plenos de sabiduría y conocimiento, son hoy los ángeles custodios de la patria nueva. La acción de la fuerza y de las armas vale más que los ociosos libros de las bibliotecas. ¡Heil!




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