Porlamar
28 de marzo de 2024





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Mar de Fondo
Soñamos con tormentas así en la isla, al menos yo, como sucedía en Caracas, pero aquí tenemos aquello con lo que soñábamos antes cuando vivíamos en la gran ciudad, el eterno drama de la insatisfacción.
Alfredo Calvarese

3 Oct, 2019 | Retumban unos truenos a lo lejos, en nuestra isla estamos acostumbrados a sentirlos en la distancia, cuando alguna poderosa tormenta cae en tierra firme y a nosotros no nos queda de otra que maravillarnos de los rayos quebrando las inmensas nubes con forma de yunque que ascienden altísimas al cielo.

Soñamos con tormentas así en la isla, al menos yo, como sucedía en Caracas, pero aquí tenemos aquello con lo que soñábamos antes cuando vivíamos en la gran ciudad, el eterno drama de la insatisfacción.

Los truenos lejanos siempre me han parecido como cuando escuchas desde un cerro las campanadas de una iglesia a lo lejos en un valle, un llamado contundente al misterio de lo Divino y un respeto solemne al poder de Dios.

El clima ha estado alborotado últimamente y así nos lo demostró el domingo cuando un mar de fondo, con olas que rompían en el muro de Trimar y de la pescadería alborotaron nuestra bahía y traían sucio y algas a la arena que apenas se divisaba debajo de una gruesa alfombra marrón.

Habíamos divisado un tren al noreste del Taco, lo distingues cuando dos o tres peñeros se mantienen anclados en un mismo lugar y una enorme bandada de pájaros sobre vuelan el lugar y era un buen motivo para cuadrar un plan de nado.

Para no perder la iniciativa de nuestros domingos decidimos brincarnos la orilla revuelta y como niños que buscan diversión a través de la imaginación caminamos hasta la punta del muelle para lanzarnos de una en lo profundo descargando gritos de alegría mientras caíamos al agua y descubríamos, por suerte, que por esos lados el agua estaba absolutamente transparente, al punto de que en el tren la profundidad era como de siete metros y el fondo se veía perfectamente.

Allí estuvimos reunidos y hablando obviando la triste contradicción de nuestra aparente libertad mientras, debajo de nosotros, las sardinas daban vueltas en círculos y atrapadas ignoraban el destino que les deparaba.

De allí decidimos nadar hasta una playita ubicada en uno de los vértices que cierra la bahía hacia el este, pasando previamente como referencia de nado, frente a la proa de la barcaza que tienen anclada desde hace unas semanas supuestamente por tráfico de combustible y que lamentándolo mucho cada tanto derrama gasoil que va a parar por las corrientes a la arena de esas playas hermosas.

Se han hecho llamados de atención a los militares que, en principio, son responsables del mismo, pero seguramente poco o nada harán al respecto.

El mar seguía diáfano y cristalino hasta que de nuevo nos íbamos acercando a la orilla y nos adentrábamos en medio de la suciedad que no nos permitía ni divisar el fondo cercano.

El bajo de arena que buscábamos no era el remanso tranquilo de siempre, estaba invadido por un oleaje imposible de imaginar en ese sitio y el cual debíamos sortear por medio de nuestras ganas de no ser adultos y divertirnos con poco, pegando gritos y riendo, ¿de qué otra manera?

El retorno lo hicimos directamente hasta la punta del muelle para entrarle a la playa anexa y terminar así nuestra jornada no sin antes tomarnos la foto de rigor y demostrarles a los del grupo que no habían participado la diversión que se habían perdido.




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