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Tres poemas en tiempos de ausencias Haber cruzado la línea siendo arena,/ simple arena, /es mucho para un hombre, /sobre todo cuando la vida basta /para complicar la existencia
JUAN ORTIZ
16 Oct, 2019 | I Quiero ser un animal de lluvia Llegaron a la ventana los animales de la lluvia, vinieron a ver, desde el agua oscura, qué es lo que hace el sol adentro. En la mesa una vela me respira la sombra, se intoxica con mi esencia de hombre. Sé que morirá pronto, y en su muerte se irán los visitantes; yo, por mi parte, abriré la puerta y seguiré su rastro de aire, a ver si el aguacero se apiada y me desgasta el cuerpo, reduciéndome a algo simple que vuele de luz en luz bajo las tormentas, un animal diminuto y común que se asombre por nada, como los que caen, sonrientes y grises, tras los destellos de los disfraces que suelen posarse en las iglesias. II De la mano de la sal Uno retorna, soldado de caracolas, a la orilla donde siempre, uno vuelve, sin importar donde se esté, de la mano de la sal. Haber cruzado la línea siendo arena, simple arena, es mucho para un hombre, sobre todo cuando la vida basta para complicar la existencia, cuando se respira y se pregunta el porqué de tanto, de uno mismo. La noche se ha vuelto casa de nostalgias, una puerta antes del sueño que me cruza para buscar a ver que hallo de bueno en el hombre que fui, un regreso a algo entre beduinos taciturnos para aprender a callar mientras se sufre ver pasar lo feliz que se era; la noche se ha vuelto un volver —sin querer— a la tierra, entender el destierro desde adentro, ser espectador de la tragedia más amarilla que nunca, un confrontarte a certezas que quiebran, que te estrujan el mar que se es de vez en cuando en la sangre, un comprender una de las verdades más duras y contundentes: que no te sacaron de allá, sino que, mucho peor, te sacaron de ti. III Y termino siendo yo Un hombre muere tras una guitarra, tras cientos de notas esparcidas en el aire, tras la carne de árboles azules que jamás pensaron tamizar su alma de sonidos. Yo me había ido, detrás de juncos y sombras, por ahí por donde la noche teme de tanto oscuro, para ser la firma de todos los espantos. Me había ido, no era el mejor, pero sabía irme, sobre todo al aullido de los perros en plena madrugada, a la lírica de los espectros, a un desaparecer de agua adonde el sol no sabe cómo amanecer de nuevo. Un hombre muere sobre una hoja, sobre la tibia vida, sobre la muerte, un hombre se escurre tratando de no existir, y termino siendo yo, ruido en la existencia, otro escombro, otro quejido más.
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