Porlamar
29 de marzo de 2024





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Un “agarre” beisbolero en El Espinal
Lanzadores victoriosos como el juangrieguero Juan José Núñez o el jatero “Tacito, matamonos” González, alborotaban las jornadas y contagiaban la emoción del triunfo.
Mélido Estaba Rojas | melidoestaba@gmail.com

3 Nov, 2019 | Los margariteños también destacaron como amantes y practicantes del béisbol, con toda razón las madres y “ñangas” se quejaban “esos diablos de aquí se la pasan el santo día jugando bola”.

En los pueblos se apartaba un terreno donde se marcaba el campo o “sitio”, para que los equipos se midieran en caimaneras de las que derivaron excelentes prospectos. Así que era común ver los domingo y feriados a volteos, camiones de baranda, bicicletas y hasta burros “trasegando” jóvenes que iban a medirse a pleno sol con contrincantes aguerridos aplacando el sofoco con pocicles “El Trompillo” o “El Polo”, que vendían a locha.


Nombres como “Los Sapos”, de Tacarigua; “Los Indios del Kajambo”, del Valle de Pedrogonzález; “La Otrabanda”; “El Titán”; “Café Flor de Margarita”; “Ron Altagracia”; “Las Águilas”, de Guanoco (la única novena en el mundo dirigida por un invidente: “Tomasito, el ciego”) destacaron en el vocabulario de aquellos días.

Lanzadores victoriosos como el juangrieguero Juan José Núñez o el jatero “Tacito, matamonos” González, alborotaban las jornadas y contagiaban la emoción del triunfo.

Los equipos se movían arrastrando a la fanaticada encabezada por su madrina, generalmente la muchacha más bonita del pueblo, y su “mascota”. Como es natural, no faltaban los “galleteros”, como se denominaba a los que discutían fuerte ante cualquier jugada dudosa. Hoy les diríamos “buscapleitos”.

En abril de 1965, Vicente Gamboa Marcano, gobernador del estado, entregó en condición de donativo a la Fundación La Salle, en Punta de Piedras, un fardo de pantalones y camisas “Ruxton” de kaki, que había sido decomisado por una “lancha rápida” del servicio de guardacostas, en las proximidades de Porlamar. A Hebel Domingo Salazar, un margariteño muy “aprontao”, como estudiante de la institución le tocaron 2 pantalones y 2 camisas.

Para entonces los “puntapiedreros” fundaron su equipo de béisbol bajo el nombre de “Naviesca”, empresa que les facilitó las franelas para que las timbraran. A nuestro candidato, aunque no jugaba, le correspondió una. Se realizó un campeonato regional y este conjunto fue a decidir la final contra El Espinal, donde casualmente designaron a Salazar “Juez” en primera base.

En el octavo inning, con el juego empatado y hombre en segunda esperando ser remolcado para ganar, viene a batear Juan “Juancito” González por Punta de Piedras y conecta un roletazo por la raya de la inicial que llevó a la pelota hasta el monte cercano. Según las reglas del terreno, el batazo debía decretarse de dos bases, así lo hizo Hebel Salazar en su condición de autoridad.

Allí se destaparon los ánimos y se armó la trifulca, a tal extremo que el cátcher, careta en mano, se enfrentó de palabras al “dompayer” de primera base y en los manoteos acertó -sin proponérselo- a desabrocharle la camisa dejando al descubierto la franela donde destacaba el nombre de ”Naviesca”, lo que decía mucho de la imparcialidad en su sentencia. El partido terminó sin problemas y se impuso la jocosidad margariteña, según recuerdan hoy Hebel y demás indiciados.




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