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El voto, sístole y diástole de la democracia
Todo está dado para que, votando, la democracia gane otra vez la Asamblea Nacional. Igual triunfo le espera a los demócratas en las presidenciales. Serán millones de votos los que sacarán a Maduro y a su comunismo del poder.
Ángel Ciro Guerrero / angelcirog@hotmail.com

6 Dic, 2019 | Costará desmentir esta verdad, y quien se atreva es porque integra el cada vez más reducido grupito de los descreídos. Los que aun siguen pensando que al comunismo se le combate entregando espacios, cediendo derechos. Aquéllos que, por miedo, quizás, o por enfermiza debilidad de alma y escasez total de sentimientos, prefieren la posición de rodilla en tierra a la valentía del enfrentamiento. Son quienes, todavía, no han entendido que los rojos no son gente con la cual se pueda negociar porque han actuado, actúan y actuarán sin nobleza pues, para ellos, la meta única, no importa cómo lograrla, pasa por convertir en polvo cósmico, el ya ido dixit, al enemigo.

Por eso, y la Historia no miente, caminaron sobre cuatro millones de cadáveres los kremers rojos del sanguinario Pol Pot, en Camboya; los doscientos millones de fusilados, de muertos por tortura y de hambre que el afiebrado “padrecito” Stalin sembró en “la madre Rusia”, y los más de veinte millones de chinos que mató “el dios Mao” para imponer su revolución. Además, de la utilización de cualquier trampa, incluyendo la pistola en la sien, para asegurarse toda clase de apoyo.

Que el voto es, sin duda alguna, sístole y diástoli de la democracia resulta tan cierto como afirmar que el sol sale todos los días. Es una verdad indiscutible, porque el voto es la sangre que entra y sale del corazón para que fluya la vida. Esa sangre es la pasión con la que se siente la democracia y se la vive, porque la democracia es libertad y ser libre es aspiración máxima de todo ciudadano. Lograrlo, sólo es posible por la vía electoral, la única pacífica y constitucional. Ese es el camino más recto para arribar al poder. El válido. Los otros son vericuetos, atajos, llámense golpes, intentonas, madrugonazos, fraudes tapados con toldos o vergonzoso asentimiento e Tibisay y sus muchachas.

Votar, entonces, no nos cansamos de reiterarlo, es una obligación con Venezuela. La abstención, dada la realidad que aterra, daña, perjudica y ofende convertida en la mayor crisis que la nación haya tenido en su tránsito desde que es república, constituiría una derrota por lo demás tan peligrosa como humillante; una malhadada decisión que para quien la tome y sigan no habrá perdón alguno.

Todo está dado para que, votando, la democracia gane otra vez la Asamblea Nacional. Igual triunfo le espera a los demócratas en las presidenciales. Serán millones de votos los que sacarán a Maduro y a su comunismo del poder. Esos millones de votos eternizarán la democracia, porque recibirá por siempre la fuerza de la sangre del pueblo venezolano en ese vigorizante sístole y diástoli que le generarán la vida.




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