Porlamar
16 de abril de 2024





EL TIEMPO EN MARGARITA 28°C






Remembranza del libro “La casa en donde estuve, el pueblo en que vivía”
De vez en cuando una gaviota venía de lejos /a devorar sardinas en la bahía.
JUAN ORTIZ

25 Jun, 2020 | I

Más que un sitio que me sitiaba de libertades,

que un recinto,

un altar,

un nicho,

era una permanencia que se había abandonado a mi finitud.

Le vi lo blando en el muro,

en el piso,

en el techo,

el alma que le cantaba en la boca del tuqueque.

Sé con certeza que en la holgura de su entrega,

no me mentía.

De no haber sido sincera,

apenas crucé su puerta,

hubiese tomado sus cuatro paredes y se habría ido.

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IX

Caminar las calles extinguía,

acuchillaba,

uno se hacía domingo,

barco varado,

se adhería a la acera,

se volvía costumbre.

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X

Afuera, la lluvia moja todo,

empuja la noche a mi cuarto.

Algo me dice,

creo,

o quizá quiero que me diga algo.

De saber lo que transita su voz,

de seguro me hago agua

y completo de este lado

lo que hace falta lavar por dentro.

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XV

En la escuela había un cementerio,

mujeres con reglas eternas,

mucho blanco

y un sol como con lluvia.

Al sonar el timbre, había una bulla, pero triste,

uno andaba de cenizas en la voz.

Si me preguntan qué es lo más alegre que recuerdo,

les diré que fue el niño muerto

que logró escapar

en un descuido de la directora.

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XXIII

Un sapo vino con la lluvia.

Trajo su laguna,

su canto,

y se instaló en la cocina.

Desde entonces en la casa ha sido de noche,

la luna no abandona la sala

admirándole la voz batracia;

yo ando con la sangre fría

y el corazón me brinca distinto.

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XXIV

Antier fui a la iglesia

y de venida se me arrejuntó un santo.

Tenía el andar chueco.

Traía un escapulario,

velones,

un cuerpo viejo a varias manos

y un cerro grande de penas prestadas.

Le vi con extrañeza

y un poco de espanto.

—Tienes un ángel en el rezo,

te lo vi,

anda y pídele a Dios que me libre de estas culpas... —me dijo.

Yo de tonto vine y le hice caso.

El pobre amaneció muerto,

todo quebrado por el piso.

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XXVII

Recuerdo bien esa noche,

llovía a cántaros sobre el uvero plantado en la plaza del pueblo.

Un golpeteo fuerte en la puerta

me levantó con sobresalto de la cama.

Fui a ver y era la casa.

"Llévame a la plaza", me dijo.

"Quiero ver a Dios hecho niño danzando bajo las gotas,

entre las ramas".

La llevé y allí estaba Él.

Uno nunca llega a estar al tanto

de todas las cosas que sabe una casa.

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XXXIV

De vez en cuando una gaviota venía de lejos

a devorar sardinas en la bahía.

A veces venía del patio,

otras de la sala,

pero siempre de lejos.

Verla tejer los hilos de la muerte en el horizonte

era entender la finitud.

Y es que todos alguna vez hemos sido así de lejanos,

y al acercarnos solo traemos con nosotros

el juicio final en la palabra.

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XXXVI

Logré verla una vez pasearse por la sala,

desnuda,

con la palabra escrita en el cuerpo

y la cúrcuma en la entrepierna.

Me acerqué a su espalda y se volvió salina,

y un sabor a canela anocheció el instinto.

La casa me había leído el deseo

y le trajo la sombra,

me saboreó la premura

y serpenteó el camino.

Ahora sólo quiero leer,

una letra,

otra,

y empezar de nuevo hasta la especia.




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