Porlamar
20 de abril de 2024





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Serie de poemas marinos y de despedida
Era inmortal como el amor delante del hambre que guardaba mi madre tras la sonrisa.
Juan Ortiz

29 Dic, 2020 | "Tras la caída"

Tras la caída

empaqué la visión que tuve de ti.

Bajar de la cama era irse a otro mundo,

áspero,

curtido en flores de piedra.

Remedio era tenderme en la orilla a esperar que el mar se fuera

cansado de lavarme el nombre.

Terminé siendo un hábito,

fragmento de la costumbre,

hora de las esperas,

cifra de fallecidos en los naufragios.

Tras el descenso

fragüé otro cuerpo a la cuidad y te lo cedí.

Aparté lo sagrado,

te ubiqué en la convergencia de todos los caminos.

Nunca he seguido los senderos de los hombres,

me fue fácil perderme,

no encontrarte de nuevo.

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"Traspasado de ausencias"

Traspasado de ausencias,

a veces me veo de pie en la orilla

esperando al cardumen que recogerá

los signos de mi nombre.

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"Muertos en la verticalidad"

Hacia la pared va el luto en vuelo solemne,

buitre de los días,

sombra indetenible.

Va con tus manos

al cuadro que compraste para ambos,

va despavorido a escapar de nosotros.

Nunca estuvimos tan lejos,

tan inconclusos.

Mi mejilla recuerda en rubor la tuya,

el rumor de sonrisa

luego de navegarte el vientre.

Un cuadro habita una caja,

el patio se llena de sombras en el aire,

las flores advierten que ha pasado todo.

Hemos muerto en la verticalidad,

de pie,

orgullosos,

sonrientes,

lo hemos hecho tan bien,

que seguimos vivos,

que nunca ocurrió nada.

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"Reminiscencias marinas"

Foto: Cortesía Bianca Cordero

El poeta dice: esperando el cardumen que recogerá los signos de mi nombre. / Foto: Cortesía Bianca Cordero

Solía mover los días con un parpadeo,

caminar a la sala para llover un poco,

ir al cuarto a iluminarme bajo sábanas.

Coleccionaba reflejos de nubes al ras de las tejas,

gobernaba los cielos con artilugios de caña y pabilo,

presidía los tribunales del monte

con un ojo de candil y manos verdugas.

Era inmortal como el amor delante del hambre que guardaba mi madre tras la sonrisa.

Hurgué los vuelos de las aves marinas,

les até a las barcas innumerables de hojalata.

Hice rezos por cada caracola,

por cada espinazo sin dolientes rezagado en la orilla.

Desandé el astillero desde el aserrín hasta la nave herida,

bendije la enramada de Felipe Veda con mis pies de infante;

fui un marino más,

un cuerpo sobre la madera,

huesos escogidos para ser lavados temprano

y llevados al mundo en una ola oscura.




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