Porlamar
24 de abril de 2024





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"Bienvenido": Lágrimas de amor
La abuela ordenó que en las comidas, cada uno le echáramos una pizca de nuestro alimento, en aquel plato de peltre que se había dispuesto para su manutención.
Tarcisio Rodríguez│tarcisior_rodriguez@hotmail.com

1 Feb, 2021 | Llegó, aquella tarde lluviosa, cuando el sol se iba ocultando, lentamente, hasta alcanzar su ocaso. No fue bien recibido por aquellos niños, que jugaban con la lluvia, mientras golpeaban, brutalmente, aquel ser indefenso, que yacía tendido en el suelo.
La abuela, sorprendida por la algarabía, se acercó a los niños, y pudo constatar el maltrato que se le hacía a un cachorro. Ella reprochó la actitud de sus nietos y, expresó con firmeza, que de ahora en adelante, él será nuestro huésped y se llamará "Bienvenido". Los niños guardaron silencio y entraron a la casa, en señal de respeto, como aceptando la decisión.
La abuela tomó en sus manos al cachorro, lo acarició suavemente, como tratando de calmarle el dolor. "Bienvenido" era blanco, más blanco que la nieve; era flaco, tan flaco que las costillas casi se salían de su frágil cuerpo; de orejas largas, que casi rozaban el suelo. Él huyó, tal vez, del hambre y la miseria.
Un amor especial se volcó hacia ese ser que, inesperadamente, llegó a nuestras vidas. La abuela ordenó que en las comidas, cada uno le echáramos una pizca de nuestro alimento, en aquel plato de peltre que se había dispuesto para su manutención. Allí aprendimos que el amor, el respeto y la solidaridad engrandecen el alma.
"Bienvenido" fue un fiel amigo. Él nunca salía de casa, sino cuando nos acompañaba a la bodega, a realizar las compras; y los perros callejeros se le lanzaban encima, y salía corriendo de aquella jauría; esto fue una constante. Un día se enfrentó a aquella manada de perros, y estos salieron espantados.
"Bienvenido" enfermó y ya casi ni comía. Perdía peso y mostraba gran debilidad. Aquel perro juguetón ya no era ni la sombra. Una mañana abrí la puerta y observé una postura extraña; corrí a tocarlo y estaba yerto. Lloré, y la abuela, desesperada, se lanzó sobre aquel cuerpo inerme y, nos abrazamos alrededor de aquel ser que nos llenó de amor.
La abuela ordenó enterrarlo en el patio de la casa, asignándonos la tarea. Cavamos una fosa y lo envolvimos en una sábana blanca que ella nos entregó; y lo enterramos. Ella propuso ponerle una cruz, y así lo hicimos. Una lluvia suave nos sorprendió aquella tarde y, un frío intenso sentí en las profundidades de mi alma.




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