4 Feb, 2021 | Si migrar maximizó mi agradecimiento por lo que debería ser normal,

la pandemia lo exponenció.

Muchas cosas perdieron su valor.

La felicidad llegó a ser contar con el dinero del alquiler a fin de mes,

y el de los servicios.

¿Alegrías?,

siguen habiendo,

solo que lo simple y cotidiano ha retomado su valor:

que no falte la harina para las arepas,

ni el maple de huevos,

el café,

la guitarra,

la sonrisa de mi mujer mientras vemos a la niña corretear por la casa.

¿Zapatos nuevos?,

no,

los viejos aguantan remiendo.

¿Ropa nueva?,

solo si la otra está inservible y si el presupuesto alcanza.

Estamos en guerra,

vivimos un Apocalipsis,

así lo creo.

Por lo tanto,

beber un vaso de agua en un vaso que es tuyo, ya es una bendición enorme;

sentarte a tomarlo en un banco que tú hiciste con maderas que otro desechó,

bueno,

se siente bonito,

el corazón palpita y sonríes como cuando carajito jugando metras con los compinches.

¿Odios?,

en la basura,

con el ego

y el resto de banalidades que restan segundos a este corto transitar.

Hoy,

más que nunca,

la muerte acecha,

por lo que irse con rencores es un sin razón.

¿Amar?,

sí,

a cada instante,

es lo único verdadero,

y lo he comprendido más en estos momentos tan oscuros.