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En la orilla del viento, donde el mar se repite
El precio de ser simpático, de ser amado en la casa del vecino, en el corro familiar, en las mesas y mesones, en las misas, por la musas y por todo boyante flujo de depredadores públicos significa comportarse inmaculadamente bien con todos.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

27 Ago, 2018 | Turbio es el río. Su cauce no debe ser tanto en tiempo de sequía. ¿Es la turbidez proporcional a la corriente? No creo. Hay aguas tranquilas, arremansadas, silentes, que paulatinamente hacen la grandeza del pantano. Microbios, larvas, todo bicho anfibio y rastrero anida y pulula en sus entrañas. Por eso: o voy en el caudal que fluye o voy contra la corriente. Lo importante es asegurarse de que remamos en las aguas del griego que dijo "no nos bañamos dos veces en el mismo río", que nada es estático, que "eppur si muove", como sentenció en su abjuración Galileo, porque sí, porque hasta el pasado no se queda atrás.

El precio de ser simpático, de ser amado en la casa del vecino, en el corro familiar, en las mesas y mesones, en las misas, por la musas y por todo boyante flujo de depredadores públicos significa comportarse inmaculadamente bien con todos, aceptar, saludar y homenajear cualquier disparate de la buena gente, convivir sin medida alguna y aplaudir arrogancias e incompetencias de "musos" y "poetusos" en un despliegue de toderismo que aterra y empantana la vida. Sí, lo justo es rendir culto al "laissez faire, laissez passer" (dejar hacer, dejar pasar). Que otros, que se arrogan un derecho que nadie les dio, fijen las potestades que mucho huelen a poderes de financistas y políticos de turno. Nuestra condición no va con ese chalaneo, con ese oficio de zapador, pero no somos impecables, no poseemos la verdad. Sí, dejamos hacer, dejamos pasar, aunque cada cierto tiempo ponemos a prueba la ballesta, practicamos el tiro al blanco.

Uno que siempre ha interpretado fielmente aquello de que "Mi libertad termina donde empieza el derecho ajeno", y que por ahorrarnos las impertinencias y desdichas que demanda la suerte, destino y defensa del bien público, hemos callado porque antes priva la fe, la armonía y la confianza en la industria de los otros. No ocurre igual si del gobierno se trata. De vivir, malvivir y sobrevivir, donde un horizonte nada transparente fantasea con sus luces y seduce con sus señales para que soñemos, para que alimentemos los prodigios por venir, para que amemos ese nuevo Dorado llamado Revolución, advierte uno que la vida se nos escapa ante un país deshecho, destruido por una banda de improvisados, y que esa ficción impuesta por chafarotes y dirigentuchos sin escuela, "gente" que sin el mínimo rubor destroza la lengua en la plaza pública diciendo sandeces y mentiras, robándole el futuro a millones de jóvenes venezolanos, nos entristece y nos envilece al mismo tiempo, porque no son ofertas de ayer, sino que corren dos décadas de desvaríos y delirios, de buitres carroñeros en las instituciones y empresas básicas del Estado, mientras nos gana la partida esa otra corriente de agua lírica y, sin que lo advirtamos, nos dejamos arrastrar por la copla manriqueña: "Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar,/ que es el morir".




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