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Todos somos forajidos Los comerciantes han de usar todo su ingenio para sobrevivir en estos tiempos tormentosos, por ello, todos los días vemos como los almacenes que antes vendían pantaletas, ahora venden huevos. Noel Álvarez /Noelalvarez10@gmail.com
5 Abr, 2021 | Un humorista de la Radio Rochela decía: los malos gobiernos pasan, pero el hambre queda. Ese adagio pareciera romperse, por lo menos en la primera parte, con el régimen que mantiene secuestrado todos los poderes, de Gobierno Nacional, en nuestro país, porque la facción dominante pretende seguir detentando el mando hasta que, “San Pedro agache el dedo” diría mi difunta madre. La segunda parte se mantiene inamovible e incluso incrementada, diría yo, porque somos un país, no pobre, sino desgarrado por la miseria. Por supuesto que, dentro de los simpatizantes del régimen chavista, no faltará quien proclame que su situación no es mala, incluso mejor que en épocas anteriores, pero si nos atenemos a los números que nos muestran las encuestas, porcentualmente, ese es un grupo minúsculo. Hace muchos años, en mi terruño natal, veía como algunos comerciantes, con las puertas entreabiertas o al amparo de las sombras de la noche, vendían productos sin patente, sobre todo bebidas alcohólicas, es decir, eran contrabandistas o forajidos, como mejor quiera llamárseles. Hoy al amparo de la zozobra que ha causado el Covid-19, el régimen madurista ha logrado revivir esas oscuras épocas. Basta recorrer las calles de Caracas para darse cuenta que, detrás de las santamarías abajo, se oculta un comercio palpitante que se resiste a declararse en quiebra. Las llamadas por celulares se convierten en el “ábrete sésamo” para lograr una apertura sigilosa. Antes de franquear la puerta, los comerciantes, cautelosamente otean hacia todos lados para no ser descubiertos en esas lides por los guardianes del acuartelamiento. Nos han convertido en contrabandistas nuevamente. Los comerciantes han de usar todo su ingenio para sobrevivir en estos tiempos tormentosos, por ello, todos los días vemos como los almacenes que antes vendían pantaletas, ahora venden huevos. Los suspiros de gallina son la mercancía preferida por los sucesores de los fenicios para insertarse en el segmento comercial autorizado a prestar servicio durante las semanas de acuartelamiento radical. A un gobernante, arrellanado en su oficina, le es muy fácil dictar medidas que afectan a empresarios y trabajadores por igual. Al fin y al cabo, la gran tragedia de nuestro país es que, quienes detentan el poder, nunca habían tenido, ni siquiera un quiosco de periódicos. Como dice un dirigente empresarial: “ellos saben cuánto pesa un kilo, pero nunca lo han cargado”. A pesar de las objeciones de un ser querido, me sentí identificado con el propietario del negocio, quien ante la pregunta del porqué estaba abierto el gimnasio, tímidamente respondió: “Debo pagar el alquiler”. Una respuesta tan corta y sencilla, pero que encierra un profundo contenido. Quien ha tenido negocio sabe que cuando se acerca la quincena o el fin de mes, a uno se le alargan los días y se le acortan las noches pensando: “De donde sacaré dinero para pagar el personal y el alquiler”. Alguien podría criticarme, argumentando que debemos privilegiar el derecho a la vida por encima de los intereses económicos. Créanme, después de haber visto morir a familiares y amigos, de haber padecido los rigores del virus, claro que entiendo la gravedad de la situación que representa la pandemia, lo que no puedo entender es que, quienes detentan el poder se dediquen a dictar medidas indolentes, utilizando como únicos parámetros, sus dedos expuestos al viento y además sin ofrecer soluciones a los administrados, como si lo hacen otros países que apoyan económicamente a empresas y personas.
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