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La nueva política de sustitución de importaciones
La nueva política no se basará, afortunadamente, en protecciones arancelarias sino en los aranceles existentes, parecidos a los internacionales. Tampoco debe esperarse la oferta de créditos blandos
José Antonio Gil Yepes /@joseagilyepes

14 Abr, 2021 | Venezuela tuvo una política de sustitución de importaciones en la década de 1960, y ahora necesita otra. Pero la nueva está surgiendo bajo condiciones diferentes, tendrá otros mecanismos y, así, puede tener mejores resultados que la anterior.

La política de sustitución de importaciones surgió bajo reducidas reservas internacionales; acentuada migración rural-urbana, se necesitaba crear empleos sustentables, más allá del Plan de Emergencia; moderada sobrevaluación del bolívar (que abarataba las importaciones); y surgió una política norteamericana, la Alianza para el Progreso, con J.F.K., que incluía preferencias arancelarias a productos latinoamericanos.

Con esas bases se formuló una política para producir en el país basada en una alta protección arancelaria; mecanismos para arancelarios; y créditos blandos.

El mecanismo de coordinación gobierno-empresa fueron los Grupos Programadores Mixtos; bastante exitosos. Las características acordadas fueron plantas pequeñas; producción dirigida al mercado nacional; en algunos casos, precios controlados; el encadenamiento empezó por el eslabón del ensamblaje final; y se suponía que se irían sustituyendo insumos y materias primas aguas arriba.

Los resultados fueron mixtos. Se sustituyeron importaciones; se crearon empleos; la movilización para darle viabilidad política a esta nueva política económica que topaba con los intereses del comercio fue excelente: Se creó Pro-Venezuela, presidida por el empresario Alejandro Hernández, amigo de confianza del Presidente Betancourt y se lanzó una masiva campaña de comunicación social basada en el “Compre Venezolano”, fuente de orgullo nacional.

Los aspectos negativos fueron la perpetuación del alto proteccionismo, lo que no obligó a los productores a irse haciendo más competitivos; el consumidor tenía que pagar mayores precios que en el exterior; a veces por productos de menor calidad; surgió el contrabando y no se cumplió con el eslabonamiento aguas arriba: nos quedamos como ensambladores. En la medida que esta política no se fue actualizando, el país quedó sin una política de industrialización desde finales de los años 60 hasta que Venezuela entró en el Pacto Andino en 1974. Allí resurgieron otras sustituciones de importaciones y comercios bilaterales entre los países vecinos. Venezuela y Colombia formaron el G3 con México, y se expandió muy modestamente el comercio internacional de otras cosas distintas al petróleo. Sin embargo, la sobrevaluación del bolívar, los limitados servicios públicos, los controles de precios y, a veces, de cambio, más la desconfianza gobierno empresa mantuvieron el desarrollo industrial venezolano por debajo de su potencial. Esto hasta la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, quien abrió y liberó la economía, lo cual prometía un futuro espectacular en cuanto a diversificación de nuestra producción, de las exportaciones, creación de empleos, altos salarios y consumo. Pero Pérez fue sacado del poder por sus compañeros del oligopolio AD-COPEI precisamente por estas reformas y la descentralización político-administrativa.

De allí que hoy, ante la minimización de la industria petrolera nacional y el empobrecimiento del país, surgen dos opciones: Seguir empobreciéndonos o sustituir importaciones hasta para comer. No contamos con el Pacto Andino ni el G3: Hugo Chávez sacó a Venezuela de esos pactos para desvincular al país del círculo de influencia de Occidente y reubicarlo en Oriente.

La nueva política de sustitución de importaciones también surge en un momento de bajas reservas internacionales, ahora con menores probabilidades de recuperación porque la industria petrolera no va a recuperarse sino lenta y modestamente. El desempleo y subempleo van rampantes, de allí los subsidios al consumo; la sobrevaluación del bolívar continúa, aunque moderándose a medida que se devalúa.

De aquí que la nueva política no se basará, afortunadamente, en protecciones arancelarias sino en los aranceles existentes, parecidos a los internacionales. Tampoco debe esperarse la oferta de créditos blandos. Habrá que recurrir a aportes de capital propio o emisiones bursátiles de bonos o acciones. No es probable que aflore un mecanismo de coordinación gobierno-empresa.

Lo más relevante de esta nueva política es que, al no contar con proteccionismo, tendrá que dirigirse tanto al mercado nacional como a las exportaciones, tendrá que ser competitiva vis a vis productos de otros países, lo cual la obliga a producir en montos, calidad y precios competitivos, para salvaguarda su propia sustentabilidad y de los intereses del consumidor. Esto obligará a sustituir importaciones aguas arriba; las plantas no pueden ser pequeñas, no serían competitivas; y los precios van a ser libres.

Perdimos la oportunidad de “sembrar el petróleo”, pero todavía podemos diversificar la economía y reducir la pobreza por una ruta más dura; o pasaremos hambre.




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