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20 de abril de 2024





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La Cruz de Pancha Moreno
ada año por los días de la Santa Cruz de Mayo, la peregrinación aumentaba con la asistencia de habitantes y visitantes de pueblos vecinos.
Mélido Estaba Rojas melidoestaba@gmail.com

27 Abr, 2021 |Una acuarela de olores celestiales, arrastrada por la brisa salobre del “Sitio de Suárez” iba buscando el destino, que esperaba disimulando su emoción, agazapado entre retamas, pitigüeyes y bejucos insistentes de curichaguas, que teñían las laderas del cerrito de La Cruz. Todavía desde “La Sabana” o el “cardonal de Pastora”, se escuchaban muy claros los lamentos de la mar cuando se golpeaba tercamente contra las lajas limosas del Risco Azul; y las carachas y capucos jugaban con el sol de “Las Arenas”, mientras alguna tortuga desvelada inventaba un espacio para regalar sus racimos de huevos. Los “Jateros”-desde siempre- hemos olido la proximidad de la fiesta, y disponíamos los honores gigantes de humildad y devoción para celebrar ante el madero, que alguien alentado por la fe cristiana, sembró un bendito día en el fondo de la casa de Doña francisca Moreno, posiblemente invitando a los espíritus descarriados para que buscaran el buen camino.

Altagracia, mi pueblo, tiene en la Cruz de “Pancha” Moreno una de las tantas cuentas del sortilegio de su historia, combinando atributos del tiempo con la disposición de su realidad, que no envejece pero si amasa experiencias y cantos que lo glorifican. Es otra forma de reiterar la voluntad de engrandecimiento aunada a la superación de su gente sencilla y emprendedora. Por aquellos caminos que desembocaban en Playa “Caribe”, donde nació la mejor sazón de las empanadas, inventada por manos maestras, se instaló en su rancho la legendaria “Pancha”, con su hijo Faustino y su compañera “Chepa” González. De esta pareja, nació Basilisa, quien procreó a Antonia, Bernardo y Jesús. En ese cerrito, donde gracia, solidaridad y entusiasmo parecían darse la mano, se instaló ese símbolo gracitano. El espacio, alimentado por fragancias de cachimberos, cerecitas, olivos, guamaches y el murmullo de la ceiba, estuvo dividido de forma natural en dos tramos, por la casualidad de una gran piedra negra que mediaba sin separar. En ella se sentaban los caminantes y visitantes de La cruz, a descansar y echar “cachos” y ocurrencias “jateras”, que también llevaban su aliño de décimas, polos y galerones. Cada año por los días de la Santa Cruz de Mayo, la peregrinación aumentaba con la asistencia de habitantes y visitantes de pueblos vecinos. Es bueno y reconfortante decir que aun el lugar guarda su atractivo, a tal extremo que jóvenes dedicadas a tareas dirigidas llevan a sus estudiantes para que lo conozcan.

En los últimos tiempos, personajes como el primo José Gabriel “Chabaver” el de Magdalena, se encargaba de recolectar entre sus allegados, papeles de colores, bambalinas, caramelos, y la toalla blanca de La Cruz, que se cambiaba anualmente para el fiestón. También por los lados del pozo de La Ceiba (el de Perucho) estuvo la cruz de “Ña Isidora”; y en el boquerón de El Valle, hubo una similar. En 1971 visitó nuestra Isla una comisión de sacerdotes católicos que instaló La Cruz de La Misión en varios pueblos. En esa oportunidad nos dejaron la nuestra cercana al “Dispensario”, frente a la casa de Jesús Rojas, en el triángulo que lleva hasta Juan griego. Por iniciativa del joven emprendedor y luchador social, Emilio Velásquez “El negro de Estílita”, se le realizaron labores de arreglo y pintura, en ocasión de cumplir 50 años y con motivo de su día. El pueblo lo agradece.




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