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Mi hermano Pedro Ramón
Pedro Ramón se hizo médico en la Universidad de Salamanca, y regresó casado con Consuelo Martínez. Se instalaron en la Medicatura Rural de Santa Rosa, en Anzoátegui, mientras hizo su reválida y especializó en Pediatría en la Universidad del Zulia.
Mélido Estaba Rojas melidoestaba@gmail.com

2 Jun, 2021 | En uno de aquellos días con olor a leña de yaque recién cortada, que se perdía en la estrechez de la cocina de nuestra casa, le escuché decir a mamá que no quería morir sin tener un hijo médico que la examinara y recetara, para curarse de aquellas “puntadas de cabeza” que la incomodaban. Cuando cada uno de mis nueve hermanos cogió su camino persiguiendo el destino, le tocó a Pedro Ramón, el sexto de la camada, enfrentarse a los textos de medicina aprovechando la potencia de su vocación y –de paso- satisfacer la demanda de “La Mayora”, que era como le decíamos a nuestra progenitora. Obedeciendo leyes elementales de vida, todos levantamos vuelo buscando rumbo, menos José Concepción, quien por haber padecido poliomielitis a los seis meses de nacido, quedó imposibilitado para dejar el nido y se acurrucó, bajo la denominación de “El ñeco”, como único heredero del arte de zapatero con el que nuestro padre –“El Mayor”- levantó a la familia.
Pedro Ramón, se hizo bachiller en el Rísquez, y se empeñó en viajar a cursar medicina en España. Basado en aquella tradición margariteña según la cual el hermano que subía debía “jalar” al que venía surgiendo, Francisco, recién egresado como profesor, se comprometió a girarle doscientos bolívares mensuales, cantidad suficiente para cubrir los gastos de la carrera. Pedro Ramón se hizo médico en la Universidad de Salamanca, y regresó casado con Consuelo Martínez. Se instalaron en la Medicatura Rural de Santa Rosa, en Anzoátegui, mientras hizo su reválida y especializó en Pediatría en la Universidad del Zulia. Tuvo cinco hijos: Pedro, Francisco, y Carlos, quienes son ingenieros; Juan, Administrador; y María consuelo, Sicóloga.
Mi hermano se levantó como integrante de una generación entusiasta, divertida y bullanguera, que llenaba las dos calles de Altagracia con sueños de futuro y chanzas de la tremendura juvenil, al compás de bicicletas destartaladas y el empeño del comercio informal que olía a contrabando. Los más habilidosos sacaban plantillas de cartón mientras las muchachas bordaban cortes de tela gamuzada, iban a los pozos o “cantarillas” a buscar agua, haciendo equilibrio pintado de belleza margariteña, con sus tambores en la cabeza. Los amores se concentraban en fiestas patronales o en caminatas hacia pueblos vecinos, y la amistad solidaria era el símbolo “jatero”. Los más arriesgados sellaron capítulos novelescos “sacándose” a la diosa de sus sueños y armando los comentarios mañaneros propios de los acontecimientos. Las “diversiones”, velorios de Cruz y “los disfrazados” entonaban los días de la felicidad, que bajaba la guardia, con las tristes caminatas hacia “Bajo Negro”, para dejar en el sueño eterno a amigos y familiares. Cuando Pedro Ramón regresó a nuestro pueblo, a cumplir su cita médica con su primera paciente, los vecinos se amontonaron con el orgullo de verlo examinando y recetando a su progenitora, que disfrutaba el cumplimiento de su sueño. Más tarde “Mongo” se estableció en Cumaná, donde desarrolló su profesión y falleció recientemente a los 82 años víctima de un mal canceroso. Aquí dejamos el agradecimiento de nuestra familia por los fraternos mensajes recibidos.




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