Porlamar
19 de abril de 2024





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Poemas a la familia
Hoy por hoy,
ella ya no está cerca,
no como yo quiero;
aunque a veces creo ver su silueta correr por los pasillos tras el gato que quedó huérfano sin su presencia...
JUAN ORTIZ

8 Jul, 2021 | "Extrañarla"

(A mi querida Julia, de cuando estuvimos separados un tiempo)

Cuando ella estaba aquí,

me era fácil escuchar a Silvio.

Ella,

con su amor presente,

hacía posible soportar el dolor de la trova cubana;

las heridas eran de jabón

y de sonrisas inocentes llenando la sala.

Cuando ella estaba aquí,

la casa era amplia,

un médano de colores bajo su andar apresurado;

lo poco era mucho,

y cada cosa simple era una fiesta en la alborada.

Hoy por hoy,

ella ya no está cerca,

no como yo quiero;

aunque a veces creo ver su silueta correr por los pasillos tras el gato que quedó huérfano sin su presencia...

no se encuentra.

Lo cierto es que a raíz de su partida,

la casa ha vuelto a ser chica,

las nostalgias me esperan detrás de los platos,

los jarrones,

los muebles,

o la repisa;

me es imposible escuchar a Silvio,

sí,

y si suena mientras estoy desprevenido,

algo del cristal que soy se parte,

y quedo allí,

resquebrajado,

llorando por un amor que no esperé,

poco más que un naufragio olvidado.

Te extraño, hija.

"Éramos cuatro grietas"

(A mi madre, Gloria Ortiz, y mis hermanos, Nahidelith y Jesús)

En esa casa,

éramos cuatro grietas;

había roturas en los nombres,

en los abrazos,

cada cuarto era un país en dictadura,

debían cuidarse muy bien los pasos para no entrar en guerra.

Así nos había hecho la vida:

duros,

como el pan de los días;

secos,

como el agua del grifo;

resistentes al cariño,

maestros del silencio.

Sin embargo,

pese a lo estricto de los espacios,

a los recios límites territoriales,

cada borde resquebrajado calzaba perfecto con el siguiente,

y al estar todos reunidos,

en la mesa,

frente al plato del día,

se cerraban las fisuras

y éramos,

realmente,

una familia.

"Nación de dos"

(a mi madre, Gloria Ortiz)

Viajar,

conocer continentes,

naciones,

ciudades,

pueblos,

cruzar los fantasmales muros con los que el hombre dividió la tierra;

estar allí,

donde ocurrió la palabra...

eso quería,

así que dejé a mi vieja,

y me fui.

Desenmarañar las corrientes marinas,

hacer arder su fondo desde la uña

en cada punto cardinal,

por encima y debajo de ellos,

junto al Kraken,

al Leviatán,

descifrar los imposibles del océano,

divagar entre naufragios,

atolondrarme con sus tesoros sumergidos,

eso quería,

era libre,

y eso hice.

Anduve por donde pocos,

distraído entre el tumulto de tantas cosas en el pasar de los años;

conocí reyes,

gobernantes,

gurúes,

yoguis,

trascendidos,

hombres de luz,

cultos bandidos,

cada espécimen posible,

y luego de llegar a esa altura,

de visitar tanto,

de conocer tanta vastedad,

con varias décadas en la humanidad,

me sentí incompleto,

impasible,

habitado por abismos.

Recordé a mi vieja

y una luz se encendió;

retorné entonces a la orilla de siempre,

al lugar de las barcas,

conmovido,

destrozado,

y ella estaba allí,

con la masa en el fogón

y el café en la mesa,

verla hizo volver la alegría,

la entereza,

y en sus ojos me supe en mi país.




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