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La génesis de la Cruz Roja Internacional
Aquel memorable 24 de junio se enfrentaron más de trescientos mil hombres, la línea de batalla tenía cinco leguas de extensión, y los combates duraron más de quince horas.
Noel Álvarez /Noelalvarez10@gmail.com

27 Sep, 2021 | Muchas de las organizaciones humanitarias, de carácter laico, que hoy existen, tuvieron su origen en la idea de la Cruz Roja, que Henry Dunant, comerciante de origen suizo, concibió, después de observar la terrible batalla de Solferino, el 24 de junio de 1859. Los horrores que Dunant, presenció aquel día, motivaron su llamado humanitario que estimuló la creación del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja. Humanidad, imparcialidad, neutralidad, independencia, voluntariado, unidad y universalidad, son los siete principios que rigen al Organismo Internacional. Hoy es la red humanitaria más grande del mundo, con cerca de 100 millones de voluntarios, miembros y colaboradores.

En 1859, Italia no existía como un país unificado, pues el territorio estaba dividido en pequeños reinos como el de Piamonte, el de Nápoles, los Estados Pontificios y además ciertas zonas estaban bajo dominación austriaca. En la década de 1830, tras la Restauración, en Italia ya había movimientos nacionalistas que pedían la unificación. El caso más importante de este nacionalismo fue Piamonte, donde la casa Saboya comenzó a hacer movimientos políticos para lograrla. Estas políticas unionistas provocaron conflictos en todo el territorio italiano. Piamonte, aliado con Francia comenzó una movilización y un rearme en 1859. En abril de ese año, los austriacos le declararon la guerra, pues la casa de Saboya pretendía anexionarse los territorios de Lombardía.

El líder francés Napoleón III, haciendo valer su alianza con Piamonte, aprestó sus tropas para enfrentarse al Imperio Austríaco. Desde el comienzo del conflicto se hizo patente la superioridad del ejército francés que venció a los austríacos en las primeras escaramuzas. Sin embargo, Francisco José I, emperador de Austria, quien tenía bajo su mando ciento setenta mil hombres, apoyados por unas quinientas piezas de artillería, no estaba dispuesto a consentir tal humillación. Por ello, ordenó a sus fuerzas retirarse hasta la orilla del río Mincio, ubicado cerca de un pequeño pueblo llamado Solferino. Allí, los fusileros y caballeros austríacos se prepararon para hacer frente a los ejércitos que venían en su persecución: el piamontés y el francés.

Aquel memorable 24 de junio se enfrentaron más de trescientos mil hombres, la línea de batalla tenía cinco leguas de extensión, y los combates duraron más de quince horas. El mundo no estaba preparado para ser un espectador pasivo de la que fuera una de las batallas más sangrientas de la historia. Desde el comienzo ya se podía anticipar la crueldad de la refriega cuando, decididos a tomar los primeros palmos de terreno, los jinetes aliados pisotearon a cientos de heridos de ambos bandos para conseguir cargar contra su enemigo. Bajo una espesa lluvia que apareció de improviso, las tropas austríacas fueron derrotadas. Así, el final del combate lo marcó el sonido de los fusiles y espadas de los vencidos cayendo sobre el suelo: una dulce melodía para Napoleón III.

El 25 de junio. el horroroso espectáculo del campo de batalla dejó para siempre un recuerdo de desolación y desesperación. Los heridos, los muertos, estaban por todas partes. Las mutilaciones eran horribles. Los hombres todavía vivos gritaban locos de dolor. Nada estaba previsto para hacer frente a un desastre de tal envergadura.

Esa mañana de mucho dolor, destacó la figura de alguien que, hasta ese momento, había sido un espectador mudo de la contienda: Henry Dunant. Aquel fatídico día este hombre de negocios suizo se remangó la camisa, organizó la infraestructura mínima para levantar hospitales de campaña, coordinó la evacuación de los heridos a cientos de hospitales cercanos, dirigió a todos los voluntarios y convenció a la población de que atendieran a los heridos sin fijarse en nacionalidad o raza. todo esto lo hizo ayudado por viajeros y mujeres del lugar.

Tanto impresionó a Dunant aquella situación, cuando sus pies y manos se llenaron con la sangre dejada por unos 40.000 hombres que yacían a lo largo y ancho del pequeño pueblo, que decidió proponer la creación de lo que en un futuro sería la Cruz Roja Internacional: las denominadas Sociedades de socorro a los heridos, caracterizadas por su neutralidad y su finalidad de salvaguardar a los militares heridos en batalla.




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