2 Nov, 2021 | Un posiclero es un camino infinito,
es una llama de nostalgia que arde en mi conciencia,
viaja en el tiempo y con el viento.
Unas campanas repican en la lejanía,
despiertan mi niñez,
rasgan el silencio y la melancolía.
En frente a mi escuela apareció un día,
bajo aquel árbol frondoso de ponsigué,
para expender sus posicles y protegerse del sol.
Un traje de miseria lo arropaba,
empujaba su carro con las entrañas de su alma,
para alcanzar distancias y atrapar esperanzas.
El precio del posicle era una locha o cuartillo,
moneda escasa en los bolsillos de escolares,
ansiosos por llevarse a sus bocas, aquel apetecido néctar.
Su nombre lo borró el silencio,
de tanto silencio,
y el apodo de "Muerto parao" se expandió en el viento.
"Muerto parao" se llevó su carro,
nadie sabe a dónde,
tal vez viajó al cielo a expender sus posicles a los ángeles.
"Muerto parao" es un pedazo bello de mi vida,
que corre con el sol de primavera,
arropando mis tristezas y mis soledades.
En este soliloquio de ausencias,
su recuerdo toca los caminos de mi alma,
besando silencios y, asomando el posicle de mi infancia.