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28 de marzo de 2024





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Un placebo con buen marketing llamado "Starbucks"
Bueno, es parte del papel del marketing de hoy en día: vender "experiencias", "sensaciones". De allí que los precios de dos restaurantes que ofrecen los mismos platos puedan diferenciarse un 200 o 500%
Juan Ortiz

21 Abr, 2022 | La primera vez que me topé con Starbucks fue en 2008, en la Gran Vía, Madrid, España. Andaba de vacaciones con lo que ahorré vendiendo mis artesanías en el terminal del ferry de Punta de Piedras.

La experiencia, para ser sincero, fue pésima. Sobre todo porque gasté 7€ en el "expreso" más aguado de mi vida. Lo que salvó el día fue el muffin de zanahoria que pedí para acompañar la bebida.

Días después, en París, a orillas del Sena y cerca del Louvre, decidí darle otra oportunidad a la franquicia. Esa vez pedí un late. Gracias a Dios había muffin de zanahoria, pues fue lo que, por segunda vez, salvó la velada.

Tres semanas después, en casa, en mi querida Isla de Margarita, rememoré esos dos acontecimientos y me reí mucho. Me encontraba en la ranchería de Felipe Veda probando un café borrero hecho por Luis Macha y endulzado con esa azúcar "normal", de pueblo. Aquello no llegaba a valer más de 0.05€, pero les puedo jurar que su sabor era muy superior a lo que ofrecía el gigante "Starbucks".

Hoy por hoy, viviendo en Buenos Aires, le pasó por el lado a Starbucks y digo "Bien, gracias", y sigo de largo. Hay muchas buenas marcas de café aquí para probar por mucho menos de lo que cuesta una de sus bebidas, tanto para hacer en casa, como tomando en algún buen restaurante.

Ahora, si bien es una experiencia personal, he podido leer muchas anécdotas parecidas, en otras latitudes, y bajo otras circunstancias, pero coincidíamos en lo mismo: el café de Starbucks era todo, menos café de calidad. O, por lo menos, gran parte de sus productos.

Sin embargo, ¿por qué venden tanto?, ¿por qué la gente les busca tanto y se toman tantas fotos con sus envases? Simple: Starbucks logró que el consumo de sus productos diera cierto estatus a sus clientes. Sí, más que el sabor o la calidad de la bebida, la gente compra el café por lo que eso representa para el resto. Ya saben "(agregue aquí una frase de superioridad por consumir algo muy caro que no todos pueden tener)".

Un caso muy cómico y explícito pudo apreciarse en Venezuela hace poco. Un restaurante de Caracas hizo creer a su clientela que vendían dicha marca, y en cuestión de horas se vieron abarrotados. Inmensas colas se crearon de la nada. La gente salía de allí iluminada, como trascendida, por haber probado lo que pocos mortales han degustado en sus vidas. Luego se corroboró que todo fue una farsa, y que la empresa nunca concedió permisos ni nada parecido.

Bueno, es parte del papel del marketing de hoy en día: vender "experiencias", "sensaciones". De allí que los precios de dos restaurantes que ofrecen los mismos platos puedan diferenciarse un 200 o 500%, porque se ubican en sitios diferentes o porque el diseño de sus interiores es distinto, o porque "fulanito le echa la sal con clase" (ya saben). Los ingredientes son idénticos, los cocineros son igualmente preparados, pero un establecimiento tiene una ambientación orientada a las nuevas tendencias de la moda, y el otro es un lugar que, simplemente, cumple su función.

Lo triste de todo es que hay muchos que habiendo comido bien el el restaurante "barato", anhelan ir al otro para vivir esa experiencia de "alcurnia". Lo más triste sobreviene cuando habiendo cumplido su sueño, se sientan a reflexionar, comparan gustos y comprenden que siempre fue la misma vaina, y que esos reales se perdieron. Todo quedó en una foto de red a la que nadie le parará bolas horas después.

Lo cierto es que esto no se limita solo al café o a lo que se come (muy de moda hoy por hoy), sino también a qué se cocina y con cuáles ingredientes (en casa), a dónde se viaja, a la música que se escucha o se interpreta, a lo que se viste (lo más común), al tipo de cine que se ve, al arte que se aprecia, a la poesía que se lee (Poe y Bukowski están siendo híper explotados), al autor literario que se aprecia y sus obras (pobres de Lovecraft y de Twain), a lo que se comparte en internet y hasta aquello en lo que se está en contra (no por ejercer el derecho a discrepar, sino por resaltar que se es superior a aquellos con los que se está en contra).

Y es que hay una necesidad tan enorme de demostrar por la web que se es único y perfecto, que en el baño se excretan flores —como si en vez de nacer, hubiesen sido escritos por Nazoa y llevados a la realidad directamente desde su pluma—, que sus conversaciones son las más interesantes jamás habidas y que los que ahora ostentan el éxito son simples suertudos sin talento y que esos lugares deberían ser ocupados por otros (sí, por ellos, por los "wanabí").

En fin, buen provecho con su café de 7€ y su plato de 50€, con su razón perenne y sus vidas impolutas. Saludos al reflejo en el espejo luego de cepillarse los dientes, despeinados, humanos, con cara de no querer salir a enfrentar el día, saludos a todo eso que no sale en la web y que es, en realidad, la vida.




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