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29 de marzo de 2024





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“El libro rojo”, un cuento de Levannys Figueroa, joven promesa de las letras neoespartanas
Llevo siguiendo su carrera desde hace unos cuantos años, y debo confesar que no dejo de asombrarme por su fino manejo de la gramática, su empeño y sus capacidades creativas al momento de elaborar un cuento tras otro.
Juan Ortiz Instagram: @juanortiz_c Twitter: @juanortiz_12

8 Jul, 2022 | Levannys Figueroa es una joven escritora cumanesa de 28 años radicada en la Isla de Margarita desde hace ya un largo tiempo. Su amor por las tierras de la sal es hondo, de allí el porqué del título de esta columna; ella se siente y es una margariteña más.

Foto: Cortesía Levannys Figueroa

Levannys Figueroa / Foto: Cortesía Levannys Figueroa

Llevo siguiendo su carrera desde hace unos cuantos años, y debo confesar que no dejo de asombrarme por su fino manejo de la gramática, su empeño y sus capacidades creativas al momento de elaborar un cuento tras otro.

Creo que parte de lo que hace mayor mi admiración hacia su trabajo es que no le detienen las limitaciones visuales propias del albinismo. Sí, Leva D’Morningstar —como reza su nombre artístico— es albina, y el hecho de que hasta la fecha lleve más de cuarenta cuentos y una novela, eso, señores, habla muy bien de la pasión que siente por su oficio. Al respecto, ella dice:

“Todos podemos volar sobre nuestras limitaciones, solo necesitamos la motivación correcta. La mía son las letras, pues me han salvado más veces de las que soy capaz de contar”.

Este es el listado de sus libros:

- Sombras arcanas (novela)

- Tierra de sueños (antología, 27 cuentos)

- REM (antología en proceso de creación, 16 cuentos hasta la fecha).

Actualmente, la joven escritora está trabajando en varios proyectos simultáneos: Parasomnia, su nueva novela, y el canal de YouTube Sombras Arcanas —conjuntamente con el diseñador Luis Cedeño—, donde habla de cine, libros, leyendas, historias y más.

Es grato ver desde tierras lejanas cómo en la ínsula las nuevas generaciones se resisten a las adversidades y no cesan de crear, de producir buen material literario y poético. Por mi parte, no puedo más que aprovechar los espacios que la vida y las buenas gentes me han cedido para dar a conocer parte de su obra y aupar a los lectores a que la sigan de cerca, pues sé que sus letras darán mucho de qué hablar en un futuro próximo.

Quedándome corto en lo que puedo decirles sobre la labor de Leva, aquí les dejo su cuento para que lo disfruten y corroboren conmigo la magnitud de su don:

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“El libro rojo”

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—¿Qué haces tú aquí? —me preguntó él, con la voz rota por el dolor, un pesar que yo podía advertir con claridad en sus ojos brillantes. Parecía sorprendido de verme, pero no particularmente incómodo.

—Tu madre estuvo en contacto conmigo desde hace una semana. Ella me envió un boleto y me solicitó presentarme.

Quería decirle que no sabía si debía estar en su casa en un momento tan ominoso; sin embargo, él tomó mi mano y me retuvo. Me sobresalté por lo fría que encontré sus palmas, pero no lo rechacé. Rosé las almohadas de mis dedos contra su rostro, que estaba aún más helado, quizá por las lágrimas que habían corrido por él. Lo halé hacia mí, y lo ayudé a levantarse del suelo donde yacía sentado. Entonces caminó conmigo, mientras lo guiaba por un sendero de árboles. Dejamos los susurros atrás; los abandonamos junto a las personas vestidas de negro.

Transitamos medio kilómetro en silencio, y escuchamos los sonidos del bosque. Nuestras pisadas hacían un “crack” cada vez que alguno pisaba una rama, y la brisa gélida enviaba escalofríos por su espalda. Yo lo veía tiritar, pero no dije nada. No quería hacerlo sentir más frágil. Minutos después llegamos a una cabaña oculta por los cedros, y lo conduje dentro. El lugar permanecía iluminado por unas cuantas velas, y, aunque en el fondo deseaba quedarme con él y disfrutar de aquella calidez, debía irme; entonces le dije:

—Tengo algo para ti —De la mochila que llevaba a la espalda saqué un delgado y suave libro rojo, y se lo entregué. Se trataba de un objeto muy especial: solo contaba con unas pocas páginas, pero la cubierta, dura y de terciopelo rojo, hacía que valiese la pena sostenerlo. Una preciosa y ornamentada cerradura residía en su centro, y solo aquel con la llave podría leerlo—. El anillo en tu dedo índice puede abrirlo. Tu padre lo dejó para ti antes de irse. Son sus últimas palabras.

—Quédate —susurró, mientras sostenía con fuerza el libro y me veía caminar hacia la puerta.

—Me gustaría acompañarte, pero se me pidió que te dejara a solas. Esto es algo que debes hacer solo. Yo estaré afuera si me necesitas. Tómate el tiempo que requieras.

Se quedó mirándome un largo rato, con los hombros caídos y el mentón afilado. Después, asintió muy despacio y se sentó en un sofá frente a las velas, con el libro en su regazo. Él adoptó una postura analítica, y supe que esa era mi alerta de salida. Caminé hacia la entrada y me senté en la madera del pórtico. La noche se lanzaba oscura hacia la madrugada, de no ser por las propias luces de la cabaña. Hacía frío, y mi ligero vestido blanco de algodón no ayudaba a disimularlo.

Trascurrió una hora completa antes de sentir que él se sentaba a mi lado, con la vista al frente y la misma mirada rota. No obstante, algo había cambiado: una especie de convicción férrea lo rodeaba, como un aura magna de fuerza. Me invadió una profunda ternura al ver sus ojos brillantes dirigirse hacia mí, y sentí una tremenda necesidad de tomar su mano; sin embargo, me contuve. No sabía si debía preguntarle por su lectura, por su padre recientemente fallecido, por la invitación que me había hecho su madre para asistir al funeral, pese a no habernos visto desde hace muchos años…

—Gracias por darme esto —me dijo, dando golpecitos con el dedo índice al libro que ahora descansaba a su lado—. Supongo que sí mi madre me lo hubiese tenido que proporcionar ella misma, sería aún más difícil. Después de todo, son las últimas palabras del amor de su vida.

—Parecía muy dispuesta a que lo tuvieses cuando me lo entregó. Yo todavía no consigo comprender por qué estoy aquí, pero me alegra haber sido de alguna ayuda. Entonces..., ¿cómo te fue allí dentro?

—Fue revelador. Catártico. No me dejó nada que no tuviera o supiera ya, pero este diario es un recordatorio de lo que él deseaba para mí, lo cual es solo el reflejo de mis propios anhelos. Es una carta para darme valor, no con relación a su decisión de irse, sino con respecto a mis propias elecciones.

—¿Qué puede ser tan importante?

—Alguien a quien siempre adoré y a quien eternamente escondí. Nadie sabe de ella, más que ella misma y alguna persona afortunada. Este es el momento de presentársela al mundo, si es que está dispuesta a vivir esta vida conmigo, de una vez por todas, en carne y alma.

Dichas estas palabras, me dio las gracias de nuevo y se levantó. Caminó con paso tranquilo lejos de mí, y se le veía sentir cada rama en el proceso. Le deseé la felicidad, aunque sabía que yo misma hubiese querido ser parte de ella. Cuando hubo dado unos pasos hacia la noche, se dio la vuelta y me miró de aquella forma hipnótica y hermosa. Extendió su brazo y me ofreció ir a su lado. Quizá yo era esa joven olvidada en las sombras, a quien él veneraba.

Empero, cuando llegué junto a él esa mirada melancólica se desvaneció, y dio paso a algo que solo había sido capaz de ver en mis sueños más terribles.

No existía más que nosotros en medio del bosque, sobre el cual me hundió con la fuerza de una sola mano, y se inclinó sobre mi cuello para desgarrar mi garganta.

Me descubrí a mí misma como un ser de una debilidad inconmensurable, por la sorpresa y por el impacto de su accionar. Más allá de la noche se hallaba la fuerza de un conocimiento arcano, de una práctica ya olvidada. No obstante, aun más lejos me parecía el amanecer, y un sol que jamás volvería a ver porque él me había robado la humanidad; me había convertido en una sombra, en un espectro. "En carne y alma”, había dicho. Yo me fundí con su cuerpo esa noche; lo nutrí, lo inundé de vida, y, con ello, desaparecí de la estirpe humana para siempre.

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