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29 de marzo de 2024





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Marcel Velásquez: del Antártico al Ártico, un margariteño que vive viajando entre los polos
Si hay alguna dicha que la vida te da entre las tantas tristezas y vicisitudes que se presentan, eso es ver a un amigo llegar lejos y triunfar. Qué bonito se siente ver a Marcel Alexander Velásquez Sayago logrando sus sueños, viviendo en armonía con lo que ama, pero, sobre todo, notar que lo hace sin olvidar sus raíces
Juan Ortiz

11 May, 2023 | A Marcel Alexander Velásquez Sayago lo conozco desde niño, nos criamos en las mismas calles, en el mismo pueblo a orillas del mar frente a las islas de Cubagua y Coche: la urbanización Las Mercedes. Con su hermano Katire —mi querido César— jugamos chapitas, metras, trompo, y más adelante nos atrapó el fushi ball, diversión que no dejamos por largo tiempo y que una que otra vez llegamos a disfrutar en la Udone con los demás amigos.
Con su padre César nos íbamos de madrugada a pescar al muelle del ferry, justo en la línea limítrofe entre Pueblo Nuevo y Punta de Piedras; otras veces nos íbamos al muelle de la lancha o al de La Salle. Allí, mientras esperábamos que picara algún chere-chere, un corocoro, alguna cagalona, un pejeburro o un bagre, divagábamos entre cuentos de aparecidos, anécdotas de la escuela y planes propios de los chamos. Fueron muy gratos momentos de nuestra infancia y juventud, ciertamente, que yo guardo con mucho cariño en ese espacio al que llamamos alma.
El amor de Marcel por el mar y su fauna era tan grande que decidió estudiar Zootecnia Marina en La Salle, y posteriormente Biología Marina en la Universidad de Oriente, Núcleo Nueva Esparta. En cada paso dado se notaba —y aún se nota— su pasión, y allí han estado siempre su padre y su hermano apoyándolo.
El tiempo pasó y nunca supimos realmente cuándo dejamos de vernos o de hacer una de las tantas actividades que solíamos compartir y que tan felices nos hacían —lo común en la vida: desconocer la última vez que harás algo—. No obstante, pese al distanciamiento, el nexo persistió. Nos tocó migrar, como a muchos otros, en busca de mejores oportunidades. Primero partió él y luego yo.
Hoy Marcel, con 36 años, es un hombre de mundo que, si bien sigue muy cercano al mar, ahora lo hace lejos del Caribe que le vio crecer: viaja entre los polos, investigando afanoso sobre su fauna, dejando muy en alto el nombre de su ínsula. En un principio, la vida lo llevó a ofrecer sus servicios al Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales de Panamá, luego a la sede de Estados Unidos, después a Francia —en el Museo de Historia Natural de la Universidad de París IV, París-Sorbonne—, posteriormente a Chile —siendo parte de la Universidad de Magallanes (UMAG), desde donde hizo sus investigaciones en la Patagonia, específicamente en el Círculo Polar Antártico—, y, finalmente, a Canadá —en la Universidad de Laval, Quebec—, su lugar de residencia actual y desde donde se traslada al Ártico para hacer sus trabajos de exploración e indagación.
Ya habla 4 idiomas: portugués, francés, inglés y español margariteño, esto último me lo dijo entre risas. Además, cuenta con un muy nutrido currículum: una maestría en Evolución de la Universidad Sorbonne y el Museo de historia Natural de París; una segunda maestría en Biología comparada de la universidad de Sao Paulo, Brasil; una tercera Maestría en Biología de la universidad Laval, Quebec, Canadá y un doctorado en Oceanografía, también de esta última institución.
En lo que respecta al estudio de organismos dentro de su campo, ha llegado a descubrir y describir nuevas especies de moluscos bivalvos para la ciencia. Esto lo hizo para la India e Islas Salomón, y se trata de los siguientes especímenes: «Xylophaga nandani» y «Nivanteredo coronata», respectivamente (esta última representó un nuevo género para la ciencia). Su impacto en el mundo de la biología marina ha permitido que, incluso, un medio como el New York Times haya realizado una reseña sobre su labor.
Por su constante y notorio trabajo en el escudriñamiento de los espacios marinos —y por sus publicaciones científicas al respecto— ha recibido múltiples premios internacionales, entre los que destacan:
-Junio del 2011: Distinción de la Universidad de Oriente por la obtención del Premio "Estímulo a la Investigación" en el VIII Congreso Latinoamericano de Malacología (CLAMA) en Puerto Madryn, Argentina;
-Mayo – septiembre del 2012: Beca de corta duración en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, Panamá;
-Septiembre de 2018: Premio de viaje para EG-ABI Couse Species Distribution Modelling - AntECO y Scientific Committee Antarctic Research. Lovaina, Bélgica;
-Julio del 2021: Premio Luigi Provasoli por el artículo destacado publicado en el Journal of Phycology. Phycological Society of America. Fraser, C., Velásquez, M. (2020) The biogeographic importance of buoyancy in macroalgae: a case study of the southern bull-kelp genus Durvillaea (Phaeophyceae), including descriptions of two new species. Journal of Phycology, online early;
-Abril del 2022: Premio de viaje para "Fundamentals of Qualitative and Quantitative Arctic Research Using R" - Arctic Data Center at National Center for Ecological Analysis and Synthesis. Santa Bárbara, California, U.S. En este último fue el único participante no estadounidense en obtener el galardón.
Ahora bien, escribir sobre títulos universitarios y premios es fácil, y se leen como algo simple, pero, lo cierto es que Marcel no está donde está por cuestión de “suerte”, sino por mucho esfuerzo y constancia, días de hambre y noches de insomnio. Los que venimos de Las Mercedes entendemos lo que realmente vale todo esto. Esta es la parte que no se cuenta en muchas historias de éxito, los sacrificios detrás del pódium, los sufrimientos y las añoranzas de lo que se deja atrás.
Hace poco, en una de las conversas que el trabajo nos permite, le hice algunas preguntas que hoy les comparto.


¿Cómo fue que llegaste a ejercer en el Ártico?
Lo del Ártico surgió porque actualmente estoy participando en un proyecto sobre la soberanía alimentaria de los pueblos originarios de Canadá. Dicho plan de trabajo se llama Tininnimiutait, una palabra inuktitut (que es el idioma de los iniut) que hace referencia a todos los recursos marinos comestibles de la zona intermareal de las costas del norte del Ártico. Estamos haciendo un estudio para determinar el estado de salud de las poblaciones de algas, mejillones y otros recursos marinos que son consumidos por las comunidades de las primeras naciones canadienses. Así que, de esta manera fue que comencé mi labor en el Ártico.


¿Cómo ha sido la adecuación a las normas y las costumbres?
No he tenido mucho problema con adaptarme al clima porque me gusta el frío. En estos últimos años he estado viviendo en varios lugares fríos: la Patagonia, por ejemplo, y en Francia durante el invierno. Esta contingencia ha hecho que me haya acostumbrado mucho a las bajas temperaturas. Y, bueno, ahora vivo en Quebec, que también es una ciudad fría donde en el invierno llega a ser de menos 37 grados. En lo que respecta a las costumbres, cuando yo me voy al Ártico en el verano paso mucho tiempo en los campamentos tradicionales indígenas. Allí, además de trabajar y hacer mis labores, hacemos intercambios: compartimos y convivimos con los locales. He aprendido mucho de su forma de vida. Esa misma interacción, además de nutrirme de su conocimiento ancestral, me ha permitido resolver algunos de sus problemas. Es algo muy enriquecedor, en verdad.

¿Cuáles instituciones y personas te apoyan?

El proyecto está principalmente financiado por la universidad Laval, que es la universidad de aquí, de Quebec. También contamos con financiación de otra institución que se llama Sentinelle Nord, que es una organización que se encarga de apoyar los estudios multidisciplinarios en el norte de Canadá. Ellos están principalmente enfocados en el estudio de la soberanía alimentaria de las primeras naciones de la región.

¿Qué se planea del proyecto a corto plazo?

Por ahora al proyecto le quedan dos años de financiamiento. Pretendemos seguir avanzando con los análisis que tenemos y con todos los estudios que estamos haciendo. Este verano tengo varios terrenos en el Ártico (visitas) y el próximo año también, pero durante el invierno. Esto último es una cosa que pocas personas pueden hacer, y estamos muy emocionados. Ir a esa región durante el invierno nos permitirá obtener datos interesantes en lo que a identificación se refiere para mostrar a la comunidad científica y al mundo. Durante la última consulta que hice hace como una semana pude comprobar que hay lugares donde se pueden hacer algunos muestreos durante dicha estación. De hecho, hay un lugar que es súper especial porque es el único en el mundo donde las personas pueden ir debajo del hielo marino para recolectar mejillones. En nuestra visita del año entrante estamos pensando en poder vivir esa experiencia: sacar mejillones bajo la capa de agua congelada. Hay otro lugar donde también existe un proceso costero bastante interesante en el cual el mar queda libre de hielo; eso ocurre porque hay mucho viento constante, entonces, cada vez que se empieza a congelar el agua, los cristales son desplazados y queda ese espacio despejado. Igualmente, estamos pensando en poder ir allí durante el verano a ver qué tal nos va. La otra cosa que pretendemos hacer es presentar todos los datos obtenidos a las comunidades por medio de talleres, con el fin de hacerlos partícipes de la investigación. Como plus, andamos trabajando con un chef muy reconocido acá en Canadá, quien trabajó muchos años en el Château Frontenac, que es uno de los hoteles más importantes en la ciudad Quebec. Este cocinero está preparando recetas con base de algas que le va a llevar a las comunidades inuit. El objetivo es que la población incluya estos platos en sus preparaciones diarias, y así varíen las maneras de consumir las abundantes algas con las que cuentan en sus recolecciones y que son un recurso bastante importante, nutricionalmente hablando. Estos son los planes que tenemos a corto plazo. Aunque, claro, la idea general es, en concordancia con el proyecto inicial, poder continuar trabajando allá con los habitantes originarios, seguir haciendo el intercambio de conocimiento, fortalecerles en el manejo de sus recursos y garantizar así la soberanía alimentaria de estas poblaciones.


¿Cómo te sientes respecto al alcance que has obtenido en tu carrera?

Bueno, en lo referente al ámbito personal, me siento súper contento, súper bien con el alcance de la carrera. Estando en Canadá me han salido muchas oportunidades, de verdad pienso que estar aquí ha sido algo muy positivo para mí. Estoy sumamente satisfecho con todas las cosas que he hecho hasta ahora. Los proyectos que vengo trabajando ahorita en este país vienen dando buenos resultados, he tenido una receptividad muy amplia, que no esperaba en tan corto tiempo. Por ejemplo, dentro de poco, el 5 de junio, voy a participar en una competencia nacional. Mi proyecto “Autonomisation des Communautés Inuit Grâce à la science citoyenne” (“Empoderamiento de las comunidades inuit gracias a la ciencia ciudadana”) está entre los 16 elegidos dentro de 100 propuestas de todas las regiones, no te imaginas lo contento que estoy por ello. Hace como dos días tuve una presentación para cuatro embajadores (de Noruega, Alemania, Suiza e Inglaterra) a los cuales mostré los datos de mi proyecto, eso fue enormemente satisfactorio. No puedo dejar de lado el factor humano, porque trabajar con las primeras naciones te permite relacionarte de manera directa con la sabiduría ancestral, y eso te cambia la manera de ver el mundo, ¿sabes? Puedo decirte que esto último ha dado un giro de 180° a mi manera de ver y hacer la ciencia. Antes de esta experiencia estaba muy acostumbrado a ir directamente al terreno a sacar lo que tenía que sacar y luego ir al laboratorio y analizar todo, algo muy rutinario. Pero aquí tienes que convivir, coexistir… no puedes dejar la parte humana por fuera, tienes que relacionarte con la gente, compartir con ellos, y después es que vas al laboratorio a hacer lo que corresponde. Este hábito te cambia. Puedo decirte, entonces, que hoy tengo los sentidos totalmente transformados respecto a mi manera de ver mi trabajo, y todo gracias a los inuit.

¿Cuáles son los planes a futuro?

Bueno, respecto a los planes a futuro, lo que veo como próximo es comenzar un nuevo proyecto un poco diferente al actual, y que es referente al carbono azul en el océano Ártico. Es un plan que va a comenzar quizás a finales de este año y es lo que voy a estar haciendo durante los próximos dos años también. Además, pretendo continuar con un postdoctorado, y, por ahora, seguir un poco más en Canadá trabajando y haciendo investigación en el Ártico. Más allá de esto, todavía no puedo hablar mucho sobre qué va a pasar en el futuro, porque, sabes, la vida cambia a cada instante. Sé lo que quiero hacer, pero, exactamente qué es lo que va a pasar en el futuro, de eso no te puedo decir mucho. Creo que por ahora simplemente quiero seguir trabajando en lo que estoy haciendo porque hay financiamiento, porque me siento bien y me sigue entusiasmando. Ahí veremos qué sigue pasando y cuáles son las oportunidades que se van asomando en este incierto que es la vida.

¿Tienes algunas palabras para tu gente de la Isla de Margarita?

Me gustaría decirles a las personas de mi Isla de Margarita que sigan haciendo, que mantengan la perseverancia, que no dejen el ánimo, que persista esa parte buena que tiene el margariteño, esos detalles que le caracterizan: la amabilidad, la educación, su sonrisa, ese decir con alegría “Buenos días”, porque son cosas que uno extraña en ciertos lugares, ¿sabes? Hay muchos países donde tú vas y la gente está todo el tiempo amargada, con mala cara, no dicen ni buenos días, ni saludan. Yo extraño mucho ese cariño de la gente de allá de Margarita, ese que percibes cuando vas a comprar una empanada y la señora empanadera te dice: “Buenos días, mi rey, ¿cómo estás?” (risas). Esos detallitos pequeños a veces se extrañan, bueno, siempre, en realidad. Es tremendo, nosotros nos acostumbramos a vivir con esa mentalidad inculcada por los medios de que los otros países, que los otros lugares son mejores que lo que uno tiene en Sudamérica, o lo que tiene en Venezuela, o en Margarita, y la verdad es que cuando tú sales te das cuenta de que tenías un privilegio enorme, que habías sido bendecido por haber nacido en una isla del Caribe. Y sí, una isla bonita donde el clima es bueno casi que los 365 días del año y puedes ir a la playa en cualquier momento que quieras. No tienes que estar pendiente de las mareas, del tiempo, de que “Ay, va a caer nieve… o granizo”. cuando comprendes esto te das cuenta de que vives en un paraíso. Yo pienso que hay que darse cuenta de que tenemos un lugar bastante bonito, pero para que eso se mantenga y resista las vicisitudes que hoy están presentes, la gente tiene que ayudarse los unos a los otros, sin perder esa amabilidad y esa esencia que nos caracteriza como margariteños. La empatía es y será siempre nuestra mejor bandera, nuestra boya ante la tormenta. En definitiva, esto último es una de las cosas que yo más extraño de la Isla después tanto tiempo lejos.

Marcel Alexander Velásquez Sayago: un margariteño que deja en alto el nombre de su tierra en el Ártico

Si hay alguna dicha que la vida te da entre las tantas tristezas y vicisitudes que se presentan, eso es ver a un amigo llegar lejos y triunfar. Qué bonito se siente ver a Marcel Alexander Velásquez Sayago logrando sus sueños, viviendo en armonía con lo que ama, pero, sobre todo, notar que lo hace sin olvidar sus raíces. Aunque el destino lo ha llevado a recorrer el mundo, su corazón sigue perteneciendo a la misma orilla, al mismo pueblo de sal que le vio crecer y que en su momento le espera.
Desde aquí, desde este espacio Transeúnte, envío a él mis más sinceras felicitaciones por todo lo logrado, le bendigo y deseo que el éxito persista y que su labor se siga extendiendo a más y más regiones. Es mi anhelo que la vida nos permita un pronto reencuentro, hermano, con un café, un nylon, y una conversa para revivir hermosos momentos, y si es en nuestra Isla… si llega a ser así, mucho mejor.




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