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21 de abril de 2025





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De Assange y Alejandría: Día del Bibliotecario
Los dogmatismos acabaron con la biblioteca, pero no con el espíritu de investigación, ni impidieron que más adelante se masificaran por todo el mundo este tipo de instalaciones.
Hilda Mendoza Ramírez hildmend@gmail.com

28 Jul, 2024 | Estos días he recordado mucho a mi antigua vecina Mercedes, bibliotecóloga jubilada y completamente ajena al mundo digital. Primero -además del afecto-, porque cada 27 de julio se celebra el Día del Bibliotecario; y segundo, por la reciente liberación de Julian Assange, hábil explorador en esa enorme biblioteca virtual que es hoy día la Internet.

Una vez, Mercedes pasó por casa a saludar y tomar un café. Yo revisaba las redes y ella aprovechó para pedirme que buscara cualquier información sobre Library of Congress; había sido su sueño dorado visitar esa enorme biblioteca en Washington, pero nunca la pudo conocer.

Según me comentó, Library of Congress alberga millones de libros, incluidos más de cinco mil incunables. Y yo: -¿Incu… qué? Los incunables me sonó a película de vengadores anónimos o a secta milenaria. Pues bien, eran en realidad libros muy antiguos a la invención de la imprenta o en sus tempranos inicios, hechos a pulso y con distintas caligrafías precursoras de las modernas digitalizadas.

Ella relató con nostalgia asuntos de su trabajo: las bibliotecas que organizó e incluso las que creó en un par de instituciones, deseando aún, en su retiro, la ocasión de alguna pequeña iniciativa en el área. Pocas veces se explayaba en eso, por lo general prefería hablar de las peripecias de su vida aventurera, más parecida a la de una artista itinerante -junto a su esposo Tony, un buen declamador- que a la de una adusta celadora de libros.

La imaginé más bien en la legendaria Biblioteca de Alejandría (III a. C.), que según cuentan los historiadores, era un extenso complejo de investigación, debate y enseñanza de ciencias, artes y filosofía, más que sólo una gran instalación con filas y filas de pergaminos en estanterías (unos setecientos mil papiros de acuerdo con las estimaciones).

Del mítico incendio que arrasó con la mayoría de los manuscritos, se salvaron algunas obras –sólo algunas- de Aristóteles, Homero, Arquímedes, Pitágoras, Hipócrates y otros grandes pensadores, escritores y científicos, que más tarde dieron pie a importantes creaciones e inventos.

Eratóstenes –quien fue el bibliotecario jefe en un momento dado-, aportó por ejemplo, las nociones de latitud y longitud, imprescindibles para la expedición y navegación.

Hay quienes llegan a creer –entre la ciencia y la magia- que los pergaminos destruidos podrían haber contenido importantes secretos que habrían posibilitado, por ejemplo, el viaje en el tiempo, entre otros asuntos que pertenecen al campo de la ciencia ficción.

Los dogmatismos acabaron con la biblioteca, pero no con el espíritu de investigación, ni impidieron que más adelante se masificaran por todo el mundo este tipo de instalaciones. Hoy día se han expandido hacia la Web, haciéndose en conjunto como una enorme biblioteca virtual (no sé si tan grandiosa como la de Alejandría, pero sí más cosmopolita, global).

En nuestros días, la filtración de Assange en Wikileaks fue de 650.000 documentos, entre informes y cables -casi el mismo número de folios de toda Alejandría. Una gran cantidad de material, quizás no tan relevante en el aspecto científico, pero sí muy revelador. Igualmente, lo acallaron. Los espacios para compartir los saberes se transforman, son nuevos los escenarios, pero la curiosidad del espíritu humano y el anhelo de una sociedad transparente permanecen.




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