5 Sep, 2024 | «¿Por qué Él? ¿Por qué justo sus Ojos pueden embriagarme tanto, hasta el punto de verlos insomnemente en las paredes blancas de mi casa? ¿Por qué ese color? ¿Por qué no un Dios con otros Ojos?». Con una mezcla de perversión e idolatría, Manuel Castellano Córcida, un escritor caraqueño residenciado en Nueva Esparta, en Manifiesto del Dios de Ojos Amarillos desvela con un sincero asombro y algo de rabia parte de su relación casi amorosa con la literatura, el arte y la inspiración.
Manuel es un licenciado con mención magna cum laude en Comunicación Social egresado de la Universidad Católica Santa Rosa (UCSAR) en convenio con la Universidad de Margarita (UNIMAR), locutor profesional, escritor y profesor de bachillerato nacido en Caracas, el 31 de enero de 2002. Ganador de múltiples concursos literarios, actualmente trabaja en su propia obra con mesura y paciencia desde la tranquilidad de Juan Griego, ciudad de Nueva Esparta en la que vive con su familia desde diciembre del 2010.
Un llamado temprano de las letras
Atraído por la magia de las letras desde muy joven, el caraqueño emprendió su camino en la literatura influenciado por unos padres docentes con un alto sentido de la lectura como hábito y como forma de vida. Se inició con novelas accesibles y populares como «Harry Potter», para luego saltar, con el paso de los años, a los grandes maestros del arte literario. Stendhal, Dostoievski, Federico García Lorca, Milan Kundera, Roberto Bolaño, y, por supuesto, su infaltable Hermann Hesse, el gran maestro alemán, el inenarrable lobo estepario, serían algunas de sus más sólidas influencias.
Posteriormente, en su etapa universitaria, incursionaría en el mundo de la creación artística. Como otros escritores juveniles de su época y todas las épocas, sus inicios estuvieron marcados por la inclinación a la lírica, llegando a participar en el Festival Juvenil de Artes en Corto (JAC) del 2020 en la categoría de Poesía. Sin embargo, encontraría en la narrativa un espacio más adecuado para su estilo.
Un camino signado por el reconocimiento
Castellano Córcida ha logrado ganar el Primer Lugar en la segunda y tercera edición del Certamen Literario de Cuento Breve de la Universidad de Margarita, en los años 2023 y 2024, respectivamente.
Su primer triunfo lo obtuvo gracias al cuento «Laguna», un texto metafórico y emocional acerca de la pérdida y la nostalgia; sus atrevidas líneas retratan una muerte inusitada y progresiva, ambientada en la nauseabunda arena verde de la Laguna de los Mártires. De este cuento, el propio Manuel afirmaría que «No fue sino el intento de hacer una imagen, de recrear la tristeza que implica la pérdida de la identidad originaria, de ese ardor que provoca la transición, algo así como una muerte en miniatura, un fallecimiento silente del que nadie se entera; sólo los tenebrosos manglares de la Laguna de los Mártires». Asimismo, acotaría que se sentía algo arrepentido por la creación del cuento, puesto que su ejecución estuvo basada en una «cruenta deshonestidad» en la que no debió incluir al arte literario.
El segundo cuento galardonado sería uno titulado «Correcciones», muy caracterizado por ese juego borgiano con el tiempo y la metaficción. La historia gira en torno a un Manuel que se escribe a sí mismo, borrando y tachando aspectos de su propia trama, reescribiéndose y corrigiéndose, sometiendo al lector a la escritura instantánea del cuento que está leyendo.
La contemplación: el combustible de las musas de Córcida
La inspiración, para Manuel, está sujeta a la contemplación. Una admiración por la quietud, la comodidad en lo cotidiano y lo siempre-presente lo definen, tanto en la labor escritora como en su vida personal; gracias a esta visión templada sobre las cosas que lo rodean, este escritor ha logrado hilvanar fantasías y condensarlas en imágenes y símbolos osados que han maravillado a sus lectores. Sus temas más recurrentes son la muerte, el absurdo intrínseco a la existencia y también un constante juego en torno al Amor (escrito en mayúsculas por él mismo en muchos de sus cuentos).
Manuel Castellano, el profesor
Actualmente, Manuel imparte clases de Castellano y Literatura en el Colegio Mariano Picón Salas, ubicado en Los Robles, municipio Maneiro.
Dioniso y los «Testimonios del Ditirambo»
Desde el 2024 trabaja en una noveleta denominada «Testimonios del Ditirambo», una ambiciosa propuesta en la que mezcla su creativa forma de hilar relatos con la pasión y la embriaguez desbordante del dios olímpico Dioniso, quien, en boca de uno de sus personajes, es «… el único Dios de los verdaderos artistas».
Es el arrebato y el éxtasis lo que siente uno de sus personajes al pensar en ese Dios de Ojos Amarillos que lo persigue y lo condena a dedicarle su arte. La inspiración, el arte y la obsesión fantasiosa recrean una bella obra de teatro en la mente delirante de Mateo Hidalgo, un artista que sólo piensa en su amada y en esa fuerza indetenible que lo obliga a pintar de amarillo, ese color tan irreal e intenso. «Ya no tendré la vida real, la vida común, la vida compartida; pero aún tengo la vida del Dios de Ojos Amarillos, la vida auténtica, la vida que nunca se pierde porque está muy recónditamente adentro de uno, esa lucecita, esa pincelada que trepa sobre el contorno y que rasguña los sentidos, nube, nubecita, esa carga semántica traída de otro lado, como un gran alarido, una risa estruendosa, un gran llanto al vacío, vaciedad, vacuidad, falta-de-algo…», nos dice Mateo más adelante, ya resignado por el poder del Dios de Ojos Amarillos en su irrealidad.
Manuel nos regala en «Testimonios del Ditirambo» este y muchos otros casos de hipnosis, una danza infinita y multiforme que se vuelve gesto romántico y florido, pero también locura e insensatez. A continuación, y con permiso del joven autor, reproduzco textualmente este capítulo de la noveleta, y busco, de alguna manera, volvernos parte de ese ditirambo que Castellano Córcida crea no con vino, sino con palabras igual de embriagantes.
Manifiesto del Dios de Ojos Amarillos
Así, poco a poco, va entrando, se diluye, se desinfla. Está allí siempre, inexacta, como imprecisa, como trazada por un niño, la figura que deseo, y es blanca y amarilla, tierna, amable, me da sus ojos sólo para que contemple con ese fulgor amarilloso, esa irrealidad que condena a los más delirantes a retraerse en un encierro existencial. Debería hacerle un panegírico (hace poco me enseñaron el de Abraham, el que escribió un filósofo danés hace ya mucho, mucho, mucho tiempo, demasiado tiempo como para tomarlo en serio), y no me saldrá porque a este ser que idolatro no le gusta la idolatría, no le gusta el amor, no le gusta el romance, no le gustan los besos, ni las caricias ni la vida; pertenece a la muerte, a la pesadumbre, a las rasgaduras en la muñeca de un suicida. ¿Puedes creer eso, María?, ¿puedes imaginarte a alguien así?, un alguien destruido, incapaz, insatisfecho, pero qué abundancia de adjetivos, esto es un insulto a la escritura, a las finas palabras que escribo para ti y para mi Dios. ¿Son para Él? Son para ti, María, sólo para ti; toda mi fantasía, todo mi delirio fue causado por ti, sobre todo cuando me diste esa flor amarilla que colgaba de tu oreja, y la conservo y todavía no se marchita del todo, porque no está dispuesta a morir, y lo sabes. Esa flor me dio tanto de que pensar, tu gusto danzante en la boca, tu sacrificio misericordioso por mí y por mi cordura; todo eso confabulado en la mera acción de regalar una flor, de confeccionar una flor, porque fue casi como si la hubieses creado tú, María, y es casi como si tú fueses todas las flores del mundo y las que faltan por crecer, y que ese poema de Pessoa que tan lindo y tan bien y tan dulcemente habla de las flores fuese escrito por ti en otra vida donde eras un portugués excéntrico y multidimensional, ajeno al pasado, al presente, el presente que me desciende hacia el piso por el poder de la pintura que tengo al frente y que te dedico a ti y a mi nuevo Dios.
¿Quién es este Dios? ¿Por qué Él y no otros posibles nuevos dioses? Es eso, María, lo que no me deja dormir. ¿Por qué Él? ¿Por qué justo sus ojos pueden embriagarme tanto, hasta el punto de verlos insomnemente en las paredes blancas de mi casa? ¿Por qué ese color? ¿Por qué no un Dios con otros ojos? Falté, falté mucho, María, hablándote poco de esto, deshablándote, diría yo, de mi verdad esencial, de mi centro: ese centro es el espacio vacío, inconexo, vacuo, que se multiplica y se divide y se deshace y se fragmenta hasta alcanzarme y alcanzarte y alcanzarnos a todos. Y entonces ya no basta una flor, ni un beso, ni un abrazo, aunque vendría muy bien un abrazo tuyo, un te-quie-ro tuyo, una noticia tuya, un amor tuyo. Caerían bien, pero al Dios no le bastan estas cosas hermosas y humanas. Como cualquier Dios, Él quiere cosas divinas, cosas de dioses, Dioses-Cosas, una Cosa-Dios. Ahora que lo descubro, ahora que veo sus grandes y anchos Ojos Amarillos enfrente de mí, siento tanta seguridad de saber qué quiere y qué no, y tal vez así se pueda saber quién es ese Dios y por qué ahora todo lo pinto de amarillo y de blanco y por qué se me hace tan Hermosa —en mayúscula, porque es algo atroz y grande— su terrible Mirada, su gran Mirada que sólo quiere mi vida, quiere unas cuantas acuarelas, pinturas, un poco de inspiración poética, claro, aunque bien sabes que eres mejor escritora, mejor poeta que yo, y sí, un poco de color, mucho color más bien, algo de forma pero no tanta forma, como si dibujara de nuevo en la adolescencia temprana, y ya está, se completa, se deshilacha, se pierde y se reencuentra esto que hice, este reflejo muy poco certero de la divinidad de este Dios de Ojos Amarillos, ay, qué nombre tan escueto, tan poco literario y tan literal; más valdría que le dieras un nombre, que alguien le dé un nombre, porque ya estoy cansado de ese eufemismo, de ese dolor de cabeza de pensar en Él, ese aletargamiento de las tres de la tarde cuando me provoca dormir y sólo pienso en cómo terminar un contorno en el alto índice que se lleva a la boca esta figura casi-humana y Todo-Dios. ¿Podrás ver a través de mis insensateces esta obsesión, esta fragancia romántica que te ofrezco, Eliza? Ojalá pudieras acercarte a mí como antes de que te fueras, ojalá hoy no fueras una interminable suposición de mi mente y mis recuerdos, ojalá hoy estuvieras aquí, sentada conmigo, siempre-conmigo, viendo cómo pinto este Ditirambo, porque no es más que eso, es una colección, una innecesaria colección de cantos y lloriqueos y rezos a Dioniso, y Dioniso, Baco o como quieras llamarlo no es el Dios que tanto busco, no es el Dios que hoy me inspira o me susurra estas palabras, pero es uno muy parecido, quizás el Dios de Ojos Amarillos tenga que necesariamente ser Dioniso en algún momento, en algún espacio alejado de la historia en el que los antiguos bebían vino en su nombre. Yo no puedo. No consigo alabarlo. La pintura sirve; estas palabras distendidas sirven. Pero el Ditirambo me supera. Es eterno. Algún día estaré cerca de superar el Ditirambo, de crear mi propia alabanza a mi propio Dios. Por los momentos, Dioniso es una fase, un esbozo de este Dios definitivo de color Amarillo —en mayúscula—, sí, Amarillo. Los payasos y esta figura que pinta y que lleva tu nombre, estos tres muñecos espantosos y la hermosa, radiante mujer con la que mi fantasía se deleita, la que imagino todos los días, la que tiene el nombre prohibido, esa mujer, sólo esa, esa María Eliza tal vez no sean suficientes para componer el Ditirambo; tal vez ni siquiera tu belleza que es casi como el cielo mismo sean suficiente para el tejido azaroso que me escogió como pintor. Llegaré a él de alguna manera. También a ti te alcanzaré, y te tomaré de la mano con dulzura, con tranquilidad. I’ll get to you, somehow!, ¿recuerdas?