13 Oct, 2024 | En algunas oportunidades podemos sentir culpa por diferentes situaciones, como son hacer algo que sentimos que no debía haberse hecho o por dejar de hacer lo que se debía, por desilusionar o dejar de cubrir las expectativas de otras personas e incluso por salir airosos o sobrevivir situaciones que otros no pudieron superar. También podemos tener sentimientos de culpa provenientes de conflictos emocionales heredados de nuestro clan familiar.
Cuando sentimos culpa, internamente encontramos dos partes que se mantienen en conflicto. Una parte “culpadora” y otra que se siente culpable.
Nuestra parte culpadora es una voz interna que de forma recurrente nos recuerda las equivocaciones, juzgándonos por nuestras acciones, por lo que se hizo mal o se dejó de hacer, generándonos pesar y desvalorización. Por la otra, se encuentra el lado que se siente culpable, invalidado, sumido en la desolación, triste, con remordimiento y avergonzado.
Encontramos entonces que estas dos partes entran en conflicto, en un ciclo pernicioso de autocastigos, autocríticas, arrepentimientos y recriminaciones, dejándonos atrapados en la trampa de la culpa.
La culpa puede surgir de varias maneras. En algunos casos aparece como resultado natural y necesario consecuencia de un acto cometido que entendemos es incorrecto. No obstante, nos podemos sentir culpables por situaciones que se encuentran fuera de nuestro control o por expectativas no logradas y cuya consecución no era posible para ese momento.
También la culpa puede provenir de cargas emocionales heredadas de nuestro clan familiar, es decir, de vivencias de nuestros ancestros. Estas realmente no nos pertenecen ya que se originan en sufrimientos, errores o experiencias de generaciones anteriores y que sin explicación aparente las sentimos y terminan influyendo en nuestras relaciones y la forma como conducimos nuestra vida.
Podemos encontrar la culpa por trasgredir las normas familiares, al dejar de cumplir patrones o reglas establecidas por nuestros parientes, ocasionando un peso muy doloroso y profundo. Esto nos puede llevar a sentirnos fuera de lugar y alejados de las expectativas impuestas por la familia. Sentir que le fallamos a nuestros seres queridos, al traicionar las tradiciones o sus deseos, conectándonos con el miedo a la desaprobación y al rechazo. A que dejemos de pertenecer, evitando así que vivamos la vida de forma auténtica y de acuerdo con nuestros propios deseos y valores.
La culpa del sobreviviente es otro de estos sentimientos que se presenta después de superar eventos o pérdidas traumáticas y dolorosas. Ocasionando que nos cuestionemos el derecho a disfrutar, a contar con bienestar o a estar felices. Es decir, que podemos sentirnos culpables por vivir o estar bien. Por lo que se hace necesario adelantar un proceso de sanación para soltar esta pesada carga y encontrar la merecida tranquilidad.
La culpa es una trampa que puede inmovilizarnos. Reflexionar, reconocer su origen, integrar sus partes (culpadora y culpable) y aprender de ella, puede ayudarnos a transformarla y hacer que se convierta en una oportunidad de crecimiento.
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